Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Siesta indeseable

¿Y si en ese vagabundear de cadena en cadena tuvieran la mala fortuna de recalar en Canal Sur?

Cuando estaba acabando de comer con algunos amigos de otras tierras, mientras unos degustaban elegantes copas de helado y otros nos distraíamos esperando que se enfriara una infusión de menta, alguien aludió al calor de las cuatro de la tarde y confesó en voz alta el deseo irrefrenable de tumbarse en la cama del hotel que lo acoge, subir la intensidad del aire acondicionado y dejarse arrullar por los murmullos de ese televisor delgadísimo que ahora luce en el centro de toda habitación hotelera que se precie. Yo me pongo nervioso, me echo a temblar, siento cómo se me va subiendo la sangre a la cabeza, el corazón se me acelera, casi rozo el desequilibrio final en todas mis constantes vitales.

La mañana había sido agradable, muy agradable incluso, habíamos aprovechado el tiempo igual que cuando teníamos quince años, toda la mañana de aquí para allá, buscando viejos rincones, entrando en librerías, recordando ceremonias y juegos, mirando pájaros, diciendo boberías, juegos de palabras, trabalenguas, historias. El tiempo pasó como si fuera brisa, viento. Habíamos estado toda la mañana paseando por las calles y plazas más céntricas de Granada y habíamos estado todo el rato sorteando bolardos, maceteros, mesas de restaurantes, sillas de cafeterías, anuncios y reclamos, lámparas persas, mamparas, alfombras y pareos. Y llegó la hora de comer, detrás de ella llegó la sobremesa y con ella también llegó el momento para hacer una pausa, regresar al hotel, refrescarse un poco para después quedar de nuevo y seguir paseando sin motivo ni rumbo. Ya lo he dicho antes: me puse nervioso, muy nervioso, me ocurrió lo que me ocurre en otras ocasiones parecidas, cuando acompaño a parientes distantes, amistades lejanas que vienen de visita, amigos de Asturias o de Murcia; sobre todo cuando me pongo a imaginarlos tumbados en la cama del hotel, a la hora de la siesta, con el mando del televisor en la mano, de canal en canal matando el tiempo: basta que piense en esa posibilidad para que mi pulso alcance un ritmo peligroso. ¿Y si en ese vagabundear de cadena en cadena tuvieran la mala fortuna de recalar en Canal Sur? ¿Qué pensarán de los andaluces al contemplar toda esa catarata de banalidades y gracietas ramplonas de Juan y Medio? Qué vértigo pensar en esa hipótesis, la probabilidad de que se queden un rato dormitando fatalmente arrullados con las rancias y penosas pa mplinas de Canal Sur.

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