Bloguero de arrabal

pablo Alcázar

Tristes batallas, si no son de flores

LAS poetas del siglo XIX escribían mucho de flores y de pájaros. Según María Victoria Prieto Grandal (La voz escrita de las poetas, p. 124), son temas que por estar unidos en el imaginario colectivo a la sensibilidad tradicional femenina, son obligados para las mujeres que quieren dedicarse a la poesía, porque no implican riesgos ni desafíos para el establishment. Se podía escribir de azucenas y de vencejos y no despertar la envidia de los varones o la susceptibilidad de censores y moralistas. "No nos gusta que las mujeres escriban, mejor en casa y con el pie quebrado", pensarían ellos, "pero ya que han roto a escribir, que lo hagan de sus cosas, de sus macetas y de sus canarios". La poeta catalana Josepa Massanés Dalmau (1811-1887) manifiesta en su poema La Resolución el miedo que invadía a una mujer de su tiempo a la que le diera por escribir: "¿Qué yo escriba? No por cierto, / no me dé Dios tal manía, / antes una pulmonía; / primero irme a un desierto". Pero de flores y pájaros sí se atrevían a escribir. Y lo hacían tan abundantemente que Rosalía de Castro (1837-1885), harta de tanta flora y de tanta fauna, suelta: "De aquellas que cantan a las palomas y a las flores / todos dicen que tienen alma de mujer. / Pues yo que no las canto, Virgen de la paloma / ¡ay!, ¿de qué la tendré?". Pero no debe ser sólo cosa de las escritoras románticas: ¡la que siguen teniendo hoy en día las mujeres con las flores! El ramo de flores en manos de un hombre lo deben de interpretar como un emblema de paz. Como una bandera blanca de tregua en la eterna lucha de los sexos. Es un salvoconducto / salvaconductas de género. Con qué afecto y consideración me miraron ayer algunas mujeres al verme con un ramo de rosas. Ninguna de ellas había reparado en el hermoso manojo de hinojos que llevaba yo en la otra mano para combatir los efectos colaterales de los potajes de garbanzos cuaresmales que tanto dañan la convivencia pacífica e ilusionada de los sexos. ¡Ah!, pero en las rosas sí habían reparado casi todas. No me habían mirado tantas mujeres desde que me confundieron con Alí Babá, a causa de mi barba y mi porte agareno, en la Plaza de la Yamaa el Fna de Marrakech. Claro que entonces estaba yo en la plenitud de mi vigor corporal y tenía una barriguilla cervecera que hablaba de un hombre confortable y acogedor. Esta mañana, una mujer de unos 40 años, en una calle solitaria en la que la aparición de un extraño podría haberla asustado, se ha dirigido a mí amablemente, sin miedo, y me ha dicho: "¡Qué rosas más bonitas, lo que le van a gustar a su mujer!". Para mí que las flores también significan para ellas que el atacante, por lo general poco comedido, deja elegir campo a la atacada, que la lucha se va resolver por etapas y por consenso. Que sólo flores y palabras serán la munición y que, incluso, se aceptará aplazar el combate.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios