La Venus del espejo

Contra el nacionalismo, aprender lo bueno de otros países; contra los complejos, enseñar lo mejor nuestro

Yo estoy a muerte con el padre Jerónimo: "El amigo de Dios debe permanecer y quedarse en el lugar donde Dios lo ha puesto"; pero mi mujer, no. Así que viajo con frecuencia. Al menos, en Portugal me siento en casa. En Italia me acompaña la penitencia de la desolación del desmoronamiento del Imperio Romano como a un húngaro legitimista que va a Viena y añora los felices tiempos de Francisco José. Al último sitio donde también viajo es a Inglaterra, que se convierte, por tanto, en mi epítome de lo exótico. Cuando hay tormenta en el Canal, ellos dicen que el Continente está aislado. Con mal o buen tiempo, yo digo que abroad son ellos. Empate. Me parece simbólico que el gran cuadro de Velázquez de la National Gallery sea La Venus del espejo, porque los españoles podemos mirar a Inglaterra como un espejo brumoso.

Esta vez he viajado con mis hijos y les he puesto la tarea de escoger qué cinco cosas tendríamos que aprender de los ingleses y viceversa. O sea, el espejo y el empate. Así se evita el tonto nacionalismo de pensar que no hay nada que aprender del otro y también se previene el complejo cateto de creer que no tenemos nada que enseñar. Para Carmen, con doce años, podríamos aprender de los ingleses a ser más relajados (su proverbial Keep calm & etc.), a hacer grandes museos aprovechando lo que encontraron tirado en sus correrías por aquí y por allí, a ser más silenciosos, a celebrar como en Oxford Oratory y a merendar scones. Para Enrique, de once, cabe emularles el patriotismo, su pasión por las tradiciones, su tendencia a votar a los conservadores, la verticalidad del juego de sus equipos de fútbol y la reverencia a la Corona. Ellos tendrían que aprender de nosotros, según Carmen, a no trincar Gibraltar, a no poner rascacielos enormes sobre iglesitas neogóticas, a aislar mejor las paredes, a dejarse de herejías y a que el agua de las duchas tenga más presión. Según Enrique, los españoles podríamos enseñarles a pronunciar bien inglés, a charlar con extraños, a hacer jamón ibérico, a reírse de sí mismos (sic) y a ser católicos, apostólicos y romanos.

Yo regreso con un viejo proyecto resucitado. Traducir una antología de poesía inglesa con el título: La Amada Invencible. En el prólogo explicaría cuánto he amado siempre a la lengua inglesa y qué poco me ha correspondido ella. Oyéndonos, la dama velazqueña, tan española inglesa, sonreía a través del brillo de su espejo.

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