Vuelta al mundo

Todos parecían preocupados por el ataque aventurero de su progenitor y por el hecho de hacerlo en solitario

Cuando faltaban semanas para que Carlos se jubilara, le preguntaron qué quería hacer en el futuro. Contestó que lo mismo que siempre, que era lo que le gustaba, pero le contestaron que eso era lo único que no podría ser. Resignado, pensó en embarcarse en un largo crucero para contar olas y comenzar a escribir esa novela que toda persona vivida lleva en sus bolsillos. Pero concluyó que él no estaba dotado para emocionar con sus palabras a nadie, y aunque guardaba unas cuantas buenas anécdotas de sus experiencias, ninguna lograba explicar los misterios de la existencia.

Un buen amigo le dijo que había compañías aéreas que ofrecían a precios muy razonables viajes alrededor del mundo y que él con la cantidad de puntos que tenía acumulados podría regalarse una experiencia que quizás le animase. Y lo hizo. Tras varias semanas indagando, informándose y planificando con todo lujo de detalles la ruta, diseñó un viaje que comenzaba en Londres, y de ahí en sucesivas etapas, pasando por San Francisco, Honolulu, Auckland, Kuala Lampur y El Cabo, le devolvería mes y medio después a su Madrid natal con muchas cosas nuevas que contar. Semanas después se despidió de sus hijos en el aeropuerto Adolfo Suárez. Todos parecían preocupados por el súbito ataque aventurero de su progenitor y sobre todo por el hecho de hacerlo en solitario, pero a él le brillaban los ojos como hacía tiempo que no lo hacían.

Cuando regresó, les dijo que Londres estaba caro y provinciano a raíz del Brexit. Que San Francisco, antaño epicentro mundial de hippies, soñadores e inocentes que querían cambiar el mundo, había mutado en un lugar pijo, dominado por algoritmos y lleno de locales que ofrecían ecologismo y comida macrobiótica a precio de caviar de beluga iraní. Que Hawái era como Benidorm, pero sin paellas. Que en Nueva Zelanda había más veleros que coches y a sus habitantes se les veía tranquilos, quizás porque estaban lejos de todo. Que el estrecho de Malaca es el actual eje sobre el que gira el mundo, que no le gustó por atiborrado y caótico, y que, si ese era el futuro, creía que el pronóstico de la película Blade Runner estaba en lo cierto y sería un mundo con menos luz que el nuestro. Y que los animales de las reservas sudafricanas estaban cansados de tantas fotografías y querían jubilarse en algún buen zoológico donde al menos poder tener la alimentación asegurada. Y que si algo había aprendido era que como en casa, en ningún sitio.

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