Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma
Revisar un viejo álbum de fotos familiares es más que un apasionante viaje al pasado. Es un reencuentro con nuestra propia historia. Pocas cosas serán tan gratificantes como volver a compartir, en la memoria, paseos, sonrisas y confidencias con nuestros mayores y revivir cada momento feliz sobre el que hemos construido nuestra vida. No hay necesidad de rememorar tristezas. El recuerdo ha de ser feliz o no ser. Y más, si se trata de la niñez, capaz de convertir en comedia la tragedia y el drama en mascarada. No hay mejor escena para encarnar esa realidad que aquella de Esperanza y gloria en la que tras ver cómo su escuela es destruida por un bombardeo de la Luftwaffe en el Londres resistente de la Batalla de Inglaterra, Roger, el amigo incondicional de Bill, trasunto del propio director John Boorman, grita un impactante y liberador “Gracias, Adolf”.
¿Quién no ha curioseado, en estas tardes de canícula y galbana entre las latas de carne de membrillo llenas de viejas fotografías desvaídas? ¿Quién no se ha maravillado al ver a aquellos jóvenes de uniforme que iban a servir al Rif o incluso a la Guerra de Cuba? Unos con uniforme colonial y otros vestidos de rayadillo y con sombrero de jipijapa. ¿O con la grácil elegancia de las jovencitas y la hierática actitud de los muchachos trajeados? Fotos en blanco y negro o sepia en las que vemos a nuestros padres y abuelos paseando cogidos del brazo por algún bulevar que fue tontódromo en su época adolescente elegantemente vestidos. Eran tiempos en los que las jóvenes querían ser Audrey Hepburn comiéndose un helado en las escalinatas de la Plaza de España y ellos Gregory Peck, paseando por Roma subidos en una vespa.
Me imagino dentro de unos decenios a los niños trasteando en viejos discos duros, buscando la memoria familiar y… sufriendo ataques de ansiedad, sin saber si están viendo imágenes de sus padres y abuelos o una antología de cine gore. Gentes en camiseta o a pecho descubierto y en bermudas, calzados –es un decir– con chanclas y sandalias y mostrándose pornográficamente con la misma gracia que un chuletón mal cortado con la excusa de ir cómodos. Pero no, la comodidad no es ningún estilo, es la capitulación incondicional de la distinción, el refinamiento, la finura, la delicadeza… Y en definitiva, de la elegancia.
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