
La Rayuela
Lola Quero
La suerte del asteroide
Amina. Una joven de cabellos almendrados y pelo oscuro como la noche. Del Albaicín, donde las casas se apiñan como nidos de golondrinas, donde hechizo y duende se funden en paredes encaladas sin saber lo que esconden. De las entrañas del Albaicín, donde calles empedradas susurran historias de tiempos pasados, donde siempre se encuentra un refugio para el alma, un abrazo cálido, un lugar donde el tiempo dejó de transitar y siempre parece detenerse. Allí habita Amina, ojos grandes e imaginación aún más grande. Su abuela, de voz suave y manos arrugadas, le cuenta leyendas sobre las piedras del barrio.
“Cada piedra del Albaicín, niña –decía la abuela– guarda un secreto. Son como libros de piedra, que hablan de amores y odios, de reyes y plebeyos, de moros y cristianos. Dicen que las piedras lloran cuando la luna llena ilumina el Sacromonte”. Amina, fascinada por sus historias, pasaba horas explorando las callejuelas empinadas del barrio. Tocaba las piedras, frías, imaginando las manos que las habían labrado y las vidas que pasaron sobre ellas. Una noche de luna llena, decidió comprobar si las leyendas eran ciertas.
Mirador de San Nicolás. Granada, bañada por la luna, era un mar de tejados blancos. Amina cerró los ojos. Escuchó el murmullo de la ciudad, el viento susurrando entre los muros, y un llanto. Bajo la luz de la luna, las piedras brillaban con luz propia. Entonces, abrió los ojos y vio pequeñas gotas de agua resbalando por su superficie, como si de lágrimas se trataran. Las piedras del Albaicín lloraban. Como dijo su abuela.
Una anciana apareció a su lado, vestida de ropajes antiguos y ojos brillantes como las estrellas. “Eres la primera en muchos años que escucha su llanto” dijo. “Las piedras del Albaicín lloran por la belleza que se pierde, por tantos y tantos recuerdos, por el amor de aquellos que la luna convenció para unir su historia a la de aquellas callejuelas”. La anciana contó a Amina la historia de las piedras, de las lágrimas caídas en tiempos remotos y que hoy son sus piedras del Albaicín.
Desde aquella noche, Amina vio el barrio con otros ojos. Cada piedra es un tesoro, un fragmento con vida propia de la historia y magia de Granada. Y cada vez que la luna ilumina la ciudad, Amina sube al Mirador de San Nicolás, y, sentada en sus piedras, escucha su llanto, recordando la noche en que descubrió el secreto mejor guardado del Albaicín.
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