mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

De bancos, banqueros y banquistas

31 de octubre 2012 - 01:00

EN el diccionario de la RAE aparecen numerosas definiciones de la palabra banco, que es, como sabemos, enormemente polisémica. Todas se entienden perfectamente; por ejemplo: "asiento, con respaldo o sin él, en que pueden sentarse varias personas" o "conjunto de peces que van juntos en un gran número". Pero hay una, precisamente la que alude al sentido que hoy en nuestro mundo tanto nos importa, que resulta mucho menos clara: "establecimiento público de crédito, constituido en sociedad por acciones". Oscura, bien difícil de penetrar, es esta definición de banco. Cualquier ciudadano común se pierde en esta maraña de palabras que, al revés de lo que suele suceder en este diccionario, muy poco definen. Y es que creo que ni siquiera los sabios, ilustrados académicos de la RAE, han podido llegar a enterarse muy bien de qué diablos es ese establecimiento ¿público? con créditos y acciones, entre otras cosas, que se llama banco.

Dicen en esos raros establecimientos (se supone que públicos) que allí el cliente es quien manda. Pero esta es una verdad muy relativa. Ya sabemos que si tienes una hipoteca en un banco y no puedes pagarla, al banco no le bastará con que entregues la casa y te vayas a la calle: seguirán cobrando la deuda mientras vivas. Pero hay más. Tampoco eres dueño del dinero que tienes. Por ejemplo, no puedes decidir no pagar un determinado recibo de tu tarjeta de crédito aunque sea un cargo fraudulento, que ha hecho alguien que la ha robado. El banco, tu banco, ignorará tu decisión y pagará el dinero aunque eso suponga dejar tu cuenta a cero o en números negativos. Y es que, en realidad, no eres dueño del dinero que tienes en un banco.

Un banco, se supone, no es tan importante como un ambulatorio o una escuela. No es obligatorio, ni necesario, ir al banco todos los días; a un niño no se le permite abrirse él mismo una cuenta; lo que sucede dentro de un banco no es definitivo para la salud ni para que seamos más cultos; si uno tiene un dolor de corazón, o de cabeza, ningún banquero, o banquista, nos hará un examen clínico ni nos dará una receta médica que nos cure. Y, sin embargo, parece que hoy nada importa más que los bancos.

Salvemos a los bancos, no a las personas, dicen los que mandan. Y así nos va. Por eso, supongo, dice la sabiduría popular eso de estar en el banco de la paciencia; es decir, estar como estamos ahora, aguantando, sufriendo graves, gravísimas molestias esperando que los que mandan se olviden de los bancos y piensen más en nosotros y vuelvan a tener sensatez, ética, sentido común, vergüenza.

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