La batalla del TC

Lo sorprendente es que los vocales conservadores preferían a Balaguer a pesar de su extremismo ideológico

El culebrón del Tribunal Constitucional ha terminado. Tuvo momentos cinematográficos, como el PSOE queriendo colar de matute su reforma y el TC decidiendo al borde del ataque de nervios que así no. Parecía que los ánimos se calmaban y que Sánchez se conformaba con una mayoría progresista a cambio de renunciar a unos nombres excesivamente contaminados por el partidismo.

Pero no acabó ahí sino ayer. El bloque progresista, que gozaba de una superioridad de 7 a 4, se dividió en dos. Aspiraban a la decisiva presidencia, por un lado, María Luisa Balaguer y, por el otro, Cándido Conde-Pumpido, que al final se ha impuesto. La primera, dogmática de la ortodoxia marxista (a estas alturas). Y el segundo y victorioso, el astuto como serpiente Cándido, sanchista a más no poder, que es donde toda heterodoxia toma asiento.

Lo sorprendente es que los vocales conservadores preferían a Balaguer a pesar de su extremismo ideológico. La razón: que es más razonable, según filtraron. Dejando el TC a su suerte, que no la va tener buena con tanta división impúdica de sus magistrados por encastes partidistas, conviene reflexionar a modo personal en lo que hay detrás de esa extraña paradoja de los conservadores prefiriendo a una marxista, feminista, partidaria del constructivismo jurídico y de la memoria histórica.

La razón conservadora también era razonable: mejor discutir con alguien de quien sepamos donde está que con quien hoy dice blanco y mañana negro, sedición o no, malversación o travesura, indultar está fatal o es democrático, ETA o socios, etc. o etc. Nuestra coherencia, aunque no se comparta una coma, es una seguridad ¡y un descanso! para el rival.

Conde-Pumpido, no contento con ser sanchista, es el famoso defensor del polvo en las togas de los fiscales. Esa imagen tan sucia no puede hacer gracia ni a los magistrados del TC, ni a los jueces de verdad, del Supremo abajo, ni mucho menos a los arrastrados fiscales. "Mánchese usted, caballero", puede ser la reacción subliminal que la mera mención de Conde-Pumpido provoque en el subconsciente de los juristas. Su presidencia llenará de polvo al Tribunal Constitucional.

Usted, querido lector, tiene sus ideas y yo las mías; pero, aprovechando en algo el lío del Constitucional, concluyamos que la coherencia intelectual de cada cual es un bien de todos y que las togas limpias a la larga son más presentables. Ahora, de aquellos polvos, estos lodos.

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