Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Descubrir a todo un grande e incipiente cantaor como El Turry desde el mismo albero de la plaza de toros, en el arranque de esta ‘I bienal de flamenco de Granada’ tan necesaria como inexplicablemente omitida hasta hoy en una de las innegables cunas de ese ‘arte primitivo’ que hoy es merecidamente patrimonio de la humanidad; confirmar en las caras del respetable el deleite que todos sentíamos con esa perfecta amalgama entre lo más clásico de la OCG, imponente, talentosa, que se hacía uno con la voz templada, sólida, amplia, honda, de todo un Turry en la estela del celestial Morente…
Fueron miles los que compartimos esos instantes ya en la memoria en el coso granadino reciclado cada vez más en espacio para todas las artes en una ciudad que, ya a las claras, ha descubierto (mira que ha tardado) que la cultura es un motor de la economía tan potente como las fábricas o las minas.
El olvido de una bienal de fuste aquí era inexcusable pero tan granadino como el aura mágica del duende. Granada no tenía su espacio para poner de largo cada año su arte más propio y definitivo. Ya lo tiene. Y, por esta vez, en lugar de patalear envidiando a la más comercial y menos exigente Málaga, se han puesto las pilas para cubrir en pleno septiembre este hueco clamoroso que el público apreció agotando las entradas, ávidos todos de que queden atrás aquellos tiempos nefastos en que se nos animaba desde el propio consistorio a irnos de botellón o a aclamar esperpentos culturales como las Spice Girls saludando desde el balcón de la plaza del Carmen. Por ejemplo.
Da gusto ver cómo se subsanan errores y se afina el tiro financiando aquello que da arraigo, identidad y fuste cultural en una ciudad en pleno proceso de banalización gentrificada vendida al turismo adocenado.
Se vieron en la plaza lunares y demás guiños en los vestidos y los moños de las féminas a esta forma flamenca de entender la vida. Se veía satisfechos a los gerentes del asunto que también tendrán su corazoncito flamenco y que, no lo dudo, quieren acertar como por esta vez lo hicieron dándonos a esa gran orquesta que tocó por soleares a mayor gloria de una noche que se cernía sobre una plaza taurina elevada a templo de ese arte revelador de una dimensión oculta de esta existencia que, a veces, nos parece amable.
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