La tribuna

antonio Montero Alcaide

Del canto al cante

TIENE la saeta, que tal es el cante, una magia escueta y rotunda: casi un milagro de treinta y tantas sílabas capaz de sobrecoger las entretelas del ánimo con el sobresalto del cante. Y, con tales bondades, vale la pena indagar -que el calendario acompaña- en los orígenes remotos de la saeta, hasta que las composturas y los tercios flamencos, bien dispuestos, transformaron el canto en cante.

Vayamos al grano y por derecho, aunque en esto del origen de la saeta no existan verdades inmutables, por más que el magisterio de don Antonio Mairena fuera rotundo al aseverar que "la saeta nunca fue un cante flamenco, ni tuvo tal cuerpo siempre"; el sabrá por qué, bien es verdad. La predisposición a cantar, y esto sí parece más seguro, es una seña de identidad humana. Los hombres y las mujeres se han civilizado cantando y la trascendencia, ese más allá de la cortedad de los días, ha sido siempre interpelada con la oración del canto. Por eso, pueden trazarse tres senderos en los que casi se resuelve el laberinto de la saeta. A saber: la alta trocha de los almuédanos árabes, el desfiladero de las intrigas judías y los cordeles de las advertencias cristianas. Tres devociones monoteístas y muchos cantes verdaderos.

Ahí va una pista almohade: en 1927, el emir Rahman Jizari Ibn-Kutayar escribía en Granada: "El origen de la música y del metro de esos sentimentales cantares (las saetas) hay que buscarlo en los almuédanos de las mezquitas de Córdoba, Granada y Málaga, que a sus pregones convocando a la oración, ya expresados con estilo, añadieron oraciones y lamentaciones versificadas". Y así, con ese acomodo melódico, daban a conocer sus cualidades cantoras y, como resultado, obtenían el reconocimiento y la buena retribución de su cargo. Además, los barrios se ufanaban de contar con el mejor almuédano, y hasta quién sabe si esos litigios para establecer la más lograda convocatoria de los rezos son precursores de los concursos y festivales de hogaño.

La vía judía está adornada con el secreto de los códigos y las claves para evitar el suplicio de la Inquisición. Esto es, bajo la apariencia de letras cristianas circulaba una comunicación clandestina entre judíos; y las saetas tal vez fueran un trasunto del canto religioso de las sinagogas. O también de las salmodias recitadas en los duelos sefardíes, cantos lúgubres a mitad de camino con las canciones religiosas.

El ascendente cristiano, por último, entronca con los antiguos cantos procesionales y tiene en Fray Diego de Valencina, miembro de la Real Academia Española, uno de sus principales valedores. Sostiene este franciscano, a mediados del XX, que fueron sus hermanos los que interpretaban "saetas penetrantes" con motivo de las procesiones de penitencia. Cada cual las cantaba a su manera, según Dios y sus facultades le daban a entender, hasta que, por la propia conjunción de los cantos, la melodía los bautizó con los austeros compases de la saeta vieja. Cuando no la penitencia, los devotos y campanilleros de los rosarios de la Aurora, las novenas de Ánimas y las rondas con faroles de los Hermanos del Pecado Mortal, fueron ocasión y sementera de saetas. Por eso los avisos y las sentencias, cantadas en forma de coplillas o jaculatorias por los padres franciscanos, allá por el XVI y el XVII en sus misiones callejeras, se conocerían con el nombre de saetas; bien distintas pero con el mismo nombre, por no decir origen, de las que hoy se cantan. Entonces de dos a cuatro versos, no aplicadas a la Pasión del Señor ni a los Dolores de la Virgen, sino al arrepentimiento de los pecados y a la buena confesión.

Con lo hasta ahora dicho, ahí va una conclusión primera: los cantos religiosos, las salmodias, las sentencias, las jaculatorias, las exhortaciones o coplillas, que fueron declamadas o cantadas al albur de los credos religiosos, no tienen por qué ser el origen de la saeta actual, aunque compartan denominación. Sin embargo, tienen toda la pinta, permítase la expresión, de conformar un sustrato, mejor aún, un eslabón, sobre el que pueden haber crecido, o arrancado, formas que conducen, o entroncan, con la saeta. Es evidente que ni por su versificación, ni por sus formas melódicas, ni incluso por sus contenidos, pueden aproximarse a las saetas hoy cantadas, pero sobre tales coplas sí parece que se levantan las saetas primitivas, viejas o llanas, cuya parentela ya resulta más conocida… y, tal vez, un eslabón intermedio.

Hasta alcanzar los albores, noveleros e imprecisos, del tercer milenio desde las lejanías medievales del tiempo, cuando cantar era un credo compartido. Por eso la saeta es imperecedera y su herida, misteriosa y limpia, se abre cada vez que un saetero ofrece desprendido su garganta en la expiación del cante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios