Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
Han destapado el tarro del horror y la inhumanidad sin paliativos. En Italia organizaban cacerías de personas a cien mil euros la pieza para irse de ‘safari humano’ allí donde matar pasaba desapercibido. La degradación humana sin límites. Inocuo y sin testigos.
Viajecito a la zona de guerra; francotirador que te deja su arma con mirilla; selección de la pieza según lo abonado (hombre más barato; mujer más precio; embarazada lo más caro); apretar el gatillo y ver a la pieza desplomarse abatida. Parece que la sensación de omnipotencia sobre la vida les enganchaba. Dicen que el dinero en exceso droga el cerebro y permite mirar desde arriba a los humanitos que como hormigas se retuercen de dolor bajo la suela del zapato.
Recuerdo imágenes en la tele de transeúntes acelerando el paso por las calles de Sarajevo al primer disparo; algunos se tiraban al suelo o se escondían bajo los coches. Pero recuerdo cómo había quienes seguían andando tan tranquilos. Parecían pedir/aceptar la muerte cargados de bolsas con aire de normalidad, viandantes impertérritos mientras caían otros a su lado de un tiro certero. Costaba entender qué tipo de soldado podía dedicarse a semejante terror civil. Ahora vamos sabiendo que, además, hacían negocio. Dan arcadas, sí.
Ese uno por ciento de la población que vive como si volara por encima de la vida tiene caprichos. Necesitan la emoción al límite donde cualquiera preferiría pegarse un tiro. Dejaron su conciencia en algún lugar olvidado en su camino hacia la cumbre, conseguida o heredada, pagando el precio del corazón mismo. El mundo a costa del alma. Pactos con el diablo en safaris así, en las fiestas del Epstein o de turismo sexual a Tailandia. Asco.
Es la cara oculta del poder, ese que no vemos pero que gobierna detrás de los que se creen que mandan. Como en aquella imagen del matarife de ‘La lista de Shindler’ se prestan a divertimentos de este tipo. Son como retratos de Dorian Gray pero en vivo que guardan en el trastero sus miserias mientras estiran su piel, se hacen transfusiones o injertos capilares a millón. Odian morir. Prefieren matar para sentir.
Cuando lees noticias así despiertas del letargo. No son guerras donde muere gente por defender lo suyo. Son gentuza que paga su plaza por sentirse vivos durante ese instante que aprietan un gatillo.
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