Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

De charleta con Hitler

El libro 'Las conversaciones privadas de Hitler' no será un superventas, pero debería serlo

Putin intenta atornillarse al poder de la manera más sencilla, rápida y eficaz: espoleando las emociones de sus paisanos, mucho más a flor de piel en estos tiempos de pandemia. El coronavirus se lo ha puesto a huevo a los populistas de toda laya. Sabedor de lo orgullosos que están de su pasado cuando se trata de rememorar que fue el Ejército Rojo -para ellos en exclusiva- el que aplastó a la bestia nazi, Putin, como sus antepasados soviéticos, les montó el miércoles a los moscovitas y a los que se pasaron por Moscú la patriótica fiesta con su tradicional parada militar y exacerbó el nacionalismo ruso sin olvidarse de exhibir, no obstante, las muy internacionalistas estrellas rojas, hoces y martillos en compañía de algunos veteranos que, si se echan cuentas, no eran más que quinceañeros e incluso más jóvenes cuando las tropas de Zhukov entraron en la humeante escombrera de Berlín. "No podemos imaginar en qué se habría convertido el mundo si el Ejército Rojo no hubiera salido en su defensa", proclamó Putin para enardecer a los asistentes al espectáculo, al que el Covid-19 ha restado el esplendor de otras ediciones.

Esa noticia de los menguados fastos del 75 aniversario de la victoria soviética coincide con la lectura de Las conversaciones privadas de Hitler, reeditado por Crítica en marzo pasado. No lo será, pero debería ser un superventas. Tiene una introducción -La mente de Adolf Hitler- de Hugh Trevor-Roper, uno de los estudiosos más perspicaces del nazismo y de su líder. La obra recoge las charlas de sobremesa en el período de mayor éxito del Führer, el del primer año del ataque a Rusia que fueron recogidas y posteriormente archivadas por Martin Bormann porque iban a ser "de un interés fundamental para el futuro". Según una de sus secretarias que tuvo que soportarlas después de Stalingrado se convirtieron en monólogos insufribles. Pero hay que estar de acuerdo con Bormann: se conoce al monstruo a través de su verborrea en los postres. Lejos de las tribunas y de los podios de las grandes concentraciones, Hitler muestra en esas tertulias en privado con su palique pleno de vulgar paroxismo y animado por la crueldad que no conocía el significado de la humanidad, despreciaba la debilidad y odiaba la fuerza moral. Así no causa extrañeza en el lector que admirara la astucia, la maldad y el éxito de su enemigo Stalin, ese "caucásico mañoso" al que emuló Putin el miércoles en la Plaza Roja. Con la URSS desintegrada desde diciembre de 1991.

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