Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Salvaje, indómito y sagrado, aquel artista-profeta incómodo para todas las ideologías y consignas de nuestro tiempo, Pier Paolo Pasolini, tuvo su espacio de reconocimiento en Granada en la jornada de clausura del décimo primer festival Cinemística, ese empeño de quijotes culturales con más ilusión, afecto y complicidades que presupuesto que, afortunadamente, perdura en la ciudad creciendo cada año en una consistencia que augura una deseable consolidación.
Allí se entregaron sus primorosos premios (una lupa y un imán en cajita de taracea) en la tarde del domingo. Una imagen del Pasolini eterno con aire intelectual de verdad con chaqueta y corbata años sesentero, en un realista blanco y negro tan neorrealista italiano como la actitud radical y pegada al suelo de este mito del pensamiento libérrimo hacía de telón de fondo de un evento en el que figuras internacionales del séptimo ‘arte y ensayo’ eran nombradas en sus muy diversas latitudes (China, Irán, Alemania) demostrando un cosmopolitismo cultural que tanta falta le hace hoy a la escasa variedad de nombres y procedencias de los festivales al uso que a veces padecemos por estos lares.
Pasolini mismo parecía haber venido en espíritu al Realejo medio siglo después de su partida a través de la glosa de su figura que realizó con maestría el escritor Sergio Mayor ante la atenta mirada de su presentador, Manuel Polls, alma mater de esta apuesta por cine tan trascendental como trascendente que abarca desde lo antropológico hasta lo puramente espiritual o experiencial.
Del inclasificable autor de El Evangelio según San Mateo pudimos ver incluso un rarísimo documental realizado por el genio italiano durante su viaje a Palestina para localizar los exteriores de una película tan fervorosamente católica como lo era su autor, como lo fue de incómodo para una Iglesia-institución que nunca le tuvo en gran estima por la contumaz defensa tanto de su homosexualidad como de la fe en Cristo.
En la complicidad de la pequeña gran sala de la Corrala de Santiago, el corazón de Granada palpitó con un cine experimental, poético, místico, reflexivo y con tan poca ambición comercial como las ganas de serlo de estos cine-enamorados del arte de contar historias en las que apresar la belleza y transmitir ese mensaje tan necesario para comprender y sentir lo vivo.
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