Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Desde que vi en redes este domingo cómo dos descerebradas arrojaban pintura roja a un cuadro sobre el descubrimiento en el Museo Naval de Madrid no dejo, pese a la indignación que me inunda, de pensar en cuál sería el castigo más idóneo para estas activistas de los vegetales que, como sucede con todo fanatismo tan letal como pasajero, pretenden volvernos a todos lo que ellos creen que es lo ideal sino incluso para todos los demás –que es en lo que no vamos a estar nunca de acuerdo–.
¿Cómo castigar al fanático? Hay que ser creativo, además de descartar la posible reforma del sujeto. El pensamiento radical tiene mala modulación. Suele nutrirse de verdades reveladas, y lecturas obsesivas sin la digestión preceptiva; y cierre frontal a cualquier idea que pueda cuestionar el dogma del que se nutre el sesgo cognitivo que condiciona gravemente la capacidad de discernimiento del sujeto (o ‘sujetas’ en este tan salvaje como brutal que nos ocupa). De ahí la dificultad de aplicar penas regenerativas del sujeto.
Me recordó esta acción al bombardeo a los Budas gigantes por parte de los talibanes; o la obsesión confiscatoria del III Reich de ‘ese arte decadente’ tipo Picasso cubista o similares; y así, en general, a todas aquellas formas, estilos, expresiones o conceptos que, a juicio del recién llegado de turno con mucha mala leche, debe ser destrozado por estar en desacuerdo con sus ideas.
Se nos llena la boca cuando estos intentos de destrozo o cancelación vienen de regímenes tirando a derechona. Es lo fácil. Pero se les come la lengua cuando estos atropellos provienen de idearios presuntamente socializantes y/o progres. Cuando, en esencia, como se ve, son lo mismo.
La lástima es que con estas prácticas y, una vez pasada la fiebre del descerebrado de turno cuyo castigo cada cual podrá buscar el cómo y el cuánto, la pieza artística se perdió para siempre. De ahí la alegría cuando nos hemos enterado que los responsables del museo naval lograron actuar a tiempo bloqueando físicamente a las niñatas esas sino, afortunadamente, pudiendo limpiar de urgencia un lienzo que, para muchos, nos recuerda que un solo hombre, Colón, fue capaz de mirar más allá y más alto que los de su época movido por más altos ideales que es, en cualquier tiempo y lugar lo que nos hace verdadera falta.
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