Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Superada ya la falacia estúpida de que apoyar al pueblo palestino y evitar su exterminio sea cosa exclusiva de las gentes progresistas o de izquierdas (que también) o que condenar la bestialidad del sionismo que, por rescatar a unas conciudadanos brutalmente secuestrados por una facción palestina han decidido convertir en un solar toda la tierra de Gaza, sea cosa de ecologistas o podemitas (que igualmente también lo es), se abre paso la idea de que indignarse, rebelarse y salir a la calle a gritar un basta ya clamoroso a esta carnicería es solo a estas alturas cuestión de tener aún corazón en el pecho o al menos no tenerlo totalmente adormecido a base de gimnasio, Netflix y atontamientos varios con la droga de la rutina laboral.
Tampoco hay que ser de lágrima?fácil ni un ‘abraza árboles’ convicto para dejarse conmover por el último asesinato de un grupo de periodistas que redondea ya la cifra de informadores caídos a más de doscientos.?Esta carnicería que no quiere testigos directos y hacen tiro de pichón con los temerarios informadores que hasta allí se desplazan a pesar de la totalitaria, supremacista y racista visión sionista del mundo en la que el ‘pueblo elegido’ podría estar al margen de la legalidad internacional y aplicar sin proporcionalidad alguna y a discreción su archifamosa ley del Talión.
Una flotilla de gente sin más interés que parar esta matanza zarpó por fin ayer de varios puertos del Mediterráneo con destino a encontrarse, casi seguro, con los barcos israelíes que les pararán si no lo remedia el respaldo de los gobiernos que siguen mirando-silbando al cielo a ver qué tiempo hace mientras una población hambrienta se juega la vida entre las balas y los escombros por llevar a casa un saquito de arroz o algo de aceite.
Es tan brutal, dice tanto de nosotros que tan cerca suceda algo tan lejano (creíamos que los exterminios raciales o religiosos se quedaron en el pasado lejano) que cuesta creerlo. Y por eso hacen falta manifestaciones, manifiestos, perder sí los papeles y las formas ante lo que no tiene perdón alguno. Solo así podremos defender con algo de sentido esa idea de que en Europa aún hay espacio para lo humano y que seguimos jugándonos el tipo por mantener principios que otros pisotean ahí, a un paso, aquí al lado.
También te puede interesar
Lo último