NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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El ritual navideño comenzó ayer lunes con la ilusión mañanera del “me tocará”. En unas horas vivíamos el descenso a la realidad con un trozo de papel que costó veinte euros y ya no valía nada. La vida misma.
Lo real se impone tozudo con su recordatorio constante de la dificultad en forma del precio premium del turrón, los cotillones prohibitivos rondando los cien pavos o ese viaje casi imposible al precio cuadruplicado que está la vivienda en sólo una década.
Acaba además y así el año con el test extremeño y la sordera ya preocupante del ‘Amado Líder Visionario’ que ni con un Vox desatado procesa el mensaje. El “váyase” clamoroso lo oímos todos menos él. Tendrá que ser aún más ensordecedor, y aún así.
Vivimos de desengaño en sorpresa de un doloroso abrir de ojos por doquier entre esta espesura que se nos queda en el alma con la pregunta latente del “¿Esto es todo lo que la realidad da de sí?”.
Pero sabemos secretamente que lo real es mucho más que el coste de la vida, la ceguera del entendimiento o esta cara innoble del poder que nos regala sobresaltos día a día. Hay un sentido en este comenzar a renacer entre el lodo y desde la raíz justo cuando todo aparece como un páramo nevado donde sólo reinan ya el frío y la desesperanza. Es eso lo que celebramos en estos días. Que no todo está perdido en lo más crudo del invierno donde se incuba el nacimiento de lo vivo. Que hace falta perder hasta la esperanza incluso para entender que, en lo humilde y en lo escondido, nacía el sentido en un establo entre animales, arropado de pastores y visitado sólo por sabios humildes que miraron arrobados una estrella que les guíaba allí donde “le cayó un clavel a la aurora del seno para gozo del heno porque cayó sobre él”.
Creer en esa simbología da fuerza para no sucumbir a la tozuda realidad. Como el agua, blanda y fluida, lo débil pero persistente se impone a lo rígido y por ello quebradizo. Cuesta creerlo pero es tan real como ese gesto amable del ‘vesino’ o la visita inesperada del ser querido.
Es tarea propia dar espacio al milagro de la ilusión y la alegría donde la aridez y el desencanto no dejaron casi hueco. Renovar la mirada y buscar más allá de la rutina lo valioso para ponerlo en un altar donde mirarlo día a día y hacer posible eso que llamamos Navidad en estos días en que deseamos, sinceros, felicidad.
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