Las edades del verano

A pesar de las arrugas, artritis y crujidos que acumulamos, en la playa siempre hay ocasión para sentirse feliz

No hay nada como una playa para ver las varices crecer. Al sumergirse en nuevas añadas se corre el riesgo vascular de mutar en tío vinagre en ese chiringuito de las vanidades. Los cuerpos escombro también gozamos sobre la arena, tierra tomatera-playa de Cenacheriland. Como criatura de secarral la sola contemplación de las olas de nata me fascina. Viajo a la cosa litoral mirando al horizonte melillero sin detener la mirada invasiva en los bronceados de alrededor. Cuando estoy rodeado de silutetas me quito las gafas y me sale la expresión de alobado miope, con los ojos achinados para evitar la vergüenza de que me tilden de viejenial canca. Y en ese modo topo percibo los sonidos, los gritos, risas, reguetones y pregones de madres de "Niñaaaa hasta el chichi na más". Soy consciente del paso del tiempo, las edades del verano, a través de sombrillas borrosas. Nunca he visto a un político tostarse en una playa urbana. Como mucho en televisión alguna escena a lo Rajoy en bragañador saltando por la popa de un yate. Los próceres son más de tirarse a la piscina privada en petit comité. La playa plebeya es terri-toriocubo-pala de las carcajadas de carreras, manguitos y una nueva categoría de impedi-menta supraesterilla. Hay expediciones familiares al día de playa que tienen algo de safari. Ameritan una logística cercana a la del desembarco del día D. Las carpas, neveras eléctricas, sillas, hamacas, toallas, pelotas, unicornios, colchonetas inflables, balsas y tarteras. Mesillas, barajas de cartas, tablero de parchís, altavoces, aletas, gafas de bucear y toda la pesca. Para avituallar raciones de combate del gusanillo, un arsenal de fileterío empanado, ensaladillas, bocatas, refrescos y litronas. Todo para que no falte de ná durante una jornada medio en bolas, suegra incluida. Este cacharrerío insólito serviría para equipar a los supervivientes de la isla del reality durante un mes con todas las confortabilidades del mundo occidentado. Hoy es jueves y ya echamos la cuenta de las pocas brazas que nos quedan hasta el domingo sol, siesta y playa, si el mal tiempo no lo impide. A pesar de las arrugas, artritis y crujidos que acumulamos con los trienios de colesterol, en la playa siempre hay ocasión para sentirse feliz. Recordar las canciones chorras del rayo de sol oh, oh…los amoríos, la familia crece y celebrar que vamos cogiendo color de ricos hasta el achicharre final.

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