Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
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Las formaciones políticas situadas a la izquierda del PSOE parecen no saber muy bien qué postura adoptar ante la invasión de Ucrania por su otrora admirada Rusia. En estos días hemos asistido a declaraciones contradictorias, reveladoras de su profunda incomodidad. Es cierto que Unidas Podemos ha condenado con contundencia el órdago de Putin. Pero no lo es menos que Izquierda Unida, uno de sus integrantes, ha desempolvado de inmediato el "no a la OTAN". Por su parte, Podemos, el otro socio, al mismo tiempo que consideraba a Ucrania un país plagado de neonazis, paradójicamente denunciaba las conexiones entre la potencia invasora y la extrema derecha europea. En el colmo del disparate, no faltó una imputación en abstracto al imperialismo zarista, como si Putin fuese el último Romanov y no un destacado ex agente del KGB. Lagunas que tiene la memoria, capaz de obviar los duros años de plomo del terror soviético. Les ha enojado, incluso, que Europa acoja ahora al pueblo ucraniano y antes no lo hiciera con el sirio.
Especialmente complejo resulta el hecho de que Unidas Podemos forme parte del Gobierno de España. Tras un primer momento de escenificada unidad, la propia crudeza de la guerra sin duda comenzará a alejar posiciones. De lo que se trata es de no embarrarse demasiado: garantizar la ayuda humanitaria y buscar una paz duradera "a través de la diplomacia y el diálogo". Dos objetivos lo suficientemente imprecisos como para no tensionar las costuras de la coalición. Tampoco le gustan a Unidas Podemos las sanciones al sector bancario ruso, ni la censura de medios propagandísticos de aquel país. Veremos hasta dónde aguanta la paciencia socialista. El pasado lunes, el partido morado se manifestó en contra del envío de armas a Ucrania. Eso devaluaba nuestros compromisos exteriores, por lo que Sánchez finalmente resolvió desoír tal negativa.
Sin poder dejar de atacar a Putin ni a la OTAN, las piruetas se multiplicarán y el papel de Unidas Podemos se tornará cada vez más incomprensible. Casi tanto como el de Junqueras al equiparar España a Rusia o el de Otegi, el ex terrorista, convertido hoy en apóstol de la no violencia y de la paz.
No, no lo tienen fácil. Las imágenes que llegan de Kiev y de Jarkov son un misil directo a sus más rancias convicciones, una interpelación que los arrastra a la peor de sus pesadillas: la de tener que enfrentarse, por una vez y como adultos, a la pura y descarnada realidad.
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