Los perros, dice Luis, se lamen lo que quieren porque pueden. Sin más. Se lamen sus partes menos elegantes. Lo hacen en cualquier sitio, cuando les place: se paran en su camino, se sientan en el suelo que eligen, estiran su cuello dentro del arco interno que dibuja su cuerpo, elevan algo sus patas traseras, y se lamen. Si no pudieran practicar ese escorzo, no lo harían, impúdicos, y no habría debate. A los perros les importa un reverendo carajo que te parezca bien o no. Se lamen porque pueden.

El desierto de arena que prejuzgaba la semana pasada ha finalizado con un archivo digital de experiencias positivas en lo profesional (excepcional el derroche de talento de las empresas acompañadas) y con otro archivo analógico de experiencias personales, de esas que hacen saber qué se quiere y qué no. A estas alturas de la película, sé que los archivos modernos, los digitales, son esenciales en el desarrollo de una posición que aspire a ser competitiva (lo de serlo de verdad es harina de otro costal), pero no se me escapa tampoco que lo nuevo, por muy extendido y enésimo punto cero que sea, es, en su origen y fundación, una evolución de algo más analógico, genuino y esencial. Traducido: si no hay mata, no hay patata.

En el mundo hay muchas clases de personas y todas caben; en el de los negocios, de un tiempo a esta parte, hay categorías, más que personas. Y, al final, por resumir mucho (con todo lo que ello implica al reducir el detalle, que precisaría con más espacio la conclusión), las categorías básicas que concentran los negocios son también de origen: están los de, digamos, piedra (sólidos, materiales -que pueden no parecer negocio, pero lo son-, basados en el esfuerzo que cincela la idea) y están los de cartón piedra (endebles, formales y rutilantes, centrados en una apariencia invertible, siempre dispuestos para el networking, que parece working, pero es básicamente net, y solo algunas veces). Yo he aprendido a creer en los de piedra, aunque se pueble el desierto de construcciones de piezas de lego, que encajan solo si el perro se lame.

Omar y Mohamed viven en la misma gloria heredada. Andreu sabe, y predica, que la gloria conquistada, antes de serlo, pincha como el tallo de una rosa cuando se agarra. La chica hindú mastica un lamento al no apearse en su parada de metro, porque le es imposible avanzar tres pasos en el vagón de sardinas. Abderramán y Yaser venden cada día lo que pueden tras cruzar por un dirham el Creek en un abra cochambroso, pero mágico, y un taxista afgano se salva con su condena diaria de CEO's de cristal. En el hotel, Omar y Mohamed han cotizado más gloria en este rato. Del cartón piedra a la piedra y vuelta, vía Golden Card, en un vagón de primera.

No hay gloria sin pena. He aprendido a creer en la gloria cierta. La gloria propia construida sobre la pena ajena es solo cierta gloria. Por más que pueda lamerse el perro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios