Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Puigdemont y Sánchez dan más juego literario que político. Ambos se adoran tan existencialmente a sí mismos hasta el punto de que supeditan cualquier acción político a sus intereses particulares que, en esencia y como han demostrado más que de sobra, es permanecer en el poder todo el tiempo que puedan caiga quien caiga y aunque caiga, como está pasando, España.
Su funcionamiento también es parecido al ‘marxista’ (de Groucho) que se resume en la frase “si no me gusta una ley pongo otra”. Lo practican cada dos por tres como se ha visto con la ley de de amnistía metida con calzador o con aquella declaración de independencia de unas horas que quedará en los anales de la historia del libro Guiness por lo exiguo del plazo, lo estrambótico, teatral y efímero del acto.
Así, Sánchez no le va a la zaga en este tandem del camarote extraño en que se ha convertido la ‘res publica’ a la que día a día asistimos con la capacidad de asombro ya bajo mínimos y con la ficción totalmente rebasada por unos alardes de la realidad política que dejan en nada la más hilarante y esperpéntica de las escenas. Rodeado en su camarote del poder de puteros confesos, hemos sabido que sus fundamentos económicos procedían vía familia política del mismo sector del PIB, y sin un sonrojo. Y asi ad nauseam. Porque si en algo se unifican ambos rostros, el de ‘Putxi’ y el de ‘Pedro I el Infiel’ es en el grosor de la capa de amianto reforzado con cemento armado que les blinda el rostro o caradura de ambos.
Gobernar pasando por Waterloo para hacerle el besamanos a un prófugo de la justicia se convirtió en normalidad. La misma que se instala en mantener un gobierno Frankenstein con el único pegamento del odio al enemigo.
La guerra cultural emprendida por Podemos en aquellos tiempos en que jaleaban a sus fieras para que hicieran escraches a domicilio es tal vez lo único que se mantiene activo por una izquierda en situación de acoso y derribo. Temas éticos en el centro del debate para dejar a un lado los asuntos éticos. Y el independentismo, comido su terreno natural por su agro-extrema derecha paisana, ha tenido que cortar amarras con ‘el colega de Moncloa’. A ver quién gobierna ahora, con tantos amigos de conveniencia que no, nunca, jamás, fueron ni tan siquiera amigos.
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