Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

La guerra que vendrá será la última

El tambor atómico del revólver de la ruleta rusa tiene una bala letal con el nombre de cada uno de nosotros

Este bloguero de arrabal, cumplidor, había redactado el artículo semanal que tú, lector paciente, deberías de estar ojeando hoy, en lugar de esta columna. En él hablaba de una lápida de un soldado de solo 20 años que me encontré en el cementerio, bajando del palacio moro de los Alixares. Me impresionó el 'relato', como se dice ahora, grabado en ella: "Voluntario de la Cruzada de Liberación Nacional, murió el 29 de diciembre de 1938, por Dios y por España, en el ataque y toma de una central eléctrica, tras ser herido en el vientre. Consolado con todos los auxilios espirituales de la religión. Los tuyos -continúa la inscripción- guardarán siempre con amor el recuerdo de tu juventud generosa, ejemplo de serenidad y valor frente al enemigo en el sacrificio por la Patria". Pero por si se cumplen las amenazas del ex presidente ruso Dimitri Medvedev, que nos ha avisado de que la guerra que vendrá será la última, he cambiado mi relato, porque necesito desahogarme, ahora que todavía puedo, y pregonar que tras el conflicto nuclear no habrá lápidas conmemorativas para los muertos de los vencedores ni fosas comunes para los muertos de los vencidos. No habrá marmolistas que graben en la piedra el relato que los vencedores vivos han redactado para que figure en el mármol que sella la tumba de uno de sus caídos. Ni familiares de los fusilados y sepultados en las cunetas ni asociaciones de memoria democrática que reclamen restitución, paz y justicia para sus víctimas. No habrá relatos. La historia, dicen, la suelen escribir los vencedores. Después del holocausto atómico, ni eso. No habrá historia, habremos llegado al fin de la historia. En este juego de la ruleta rusa en el que nos obligan a jugar los poderosos con ganas de gresca, el revólver tiene una bala para cada uno de nosotros en su tambor atómico. No habrá arcos del triunfo, ni tumbas al soldado desconocido; la llama nuclear, lúgubre, borrará cualquier rastro de los contendientes y de la humanidad entera. No habrá muertos conocidos ni muertos desconocidos, solo cenizas, radioactividad exterminadora de la vida, por los siglos de los siglos. Una neblina fatal flotará sobre el portentoso experimento que el azar o la necesidad pusieron en marcha en este trozo del cosmos al que hemos dado en llamar Tierra. Y todo lo que existe se habrá desvanecido.

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