Sobrecoge el ánimo asistir en la catedral de Guadix a la exposición 'The mistey man', una estupenda oportunidad de reflexión sobre ese misterioso hombre que habría sido envuelto por la Sábana Santa y, especialmente, ver la reproducción tridimensional que han realizado de él.

A nadie dejará indiferente la visita por el estupendo montaje de una exposición minuciosa en todos los detalles; por la temática ya de por sí interesante; por la abundancia de datos y aportes históricos que proporciona; y, sobre todo, por el acertado enfoque que lanza más preguntas que respuestas y nos deja con la sobrecogedora duda de cómo ese hombre, tan sólo un hombre, ha podido marcar el calendario y el sentir y el pensar de toda la humanidad desde hace nada menos que dos mil años. Ahí es nada.

Lo mejor de todo es asistir con alguien que no sea creyente. Es obvio que los más fervientes catolicos van a ver lo que ya saben. Hace nada fue Semana Santa y en la sociedad secularizada y nadeante que sufrimos el sentimiento religioso ha dado paso a una implosión del ansia de placeres supérfluos, lo cual no estaría nada mal si no se redujera al consumo de experiencias excitantes al kilo y para distraerse.

Los comentarios del que no se cree o se alejó de los rezos pero aún mantiene intacta la capacidad de asombro son de lo más jugosos. En esencia las preguntas se reducen al porqué se dejó matar y tan salvajemente ese 'hombre misterioso' si todo lo podía y sin con un solo chasquido se habría evitado vejaciones, latigazos por todo el cuerpo, ser clavado por la muñecas y los pies y rematado con una lanza en el costado. ¿Porqué no utilizó tanto poder en su propio beneficio?

Claramente se puede observar todo esto en la reproducción minuciosa del hombre de la Sábana Santa. También su serenidad para nada cadavérica. Hay algo más que un hombre allí. Y las ganas de acercar la mano y tocarlo (que no te dejan, claro) son casi instintivas, tantas como el sentimiento profundo de compasión por él que, según dejó dicho, moría por todos a sabiendas de que con ello se llevaba todo ese odio y deseos de herirnos que una y otra vez resurgen como mala hierba en el jardín interior de cada uno.

Hay que ir a Guadix antes de que acabe junio y dejarse invadir por la emoción y por las preguntas. Sólo en Salamanca y Venecia tendrán la oportunidad de disfrutar de este magna muestra que nos reconcilia con lo esencial, con la compasión que vamos perdiendo por el prójimo mientras miramos nada más que nuestra cuota de pantalla y ese trocito minúsculo de mundo que tantas veces creemos que es tan especial y único.

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