Las ilusiones perdidas

Balzac nos muestra una sociedad que premia o castiga a quien conviene, más allá del valor real que se tenga

El tiempo pone a cada cual en su sitio. Y no hay época, sino obra. Muchos autores reverenciados en vida cayeron en el olvido después de su muerte. El trabajo es el que trasciende más allá de tendencias, modas, estilos, etc, y es la historia la que juzga y sentencia quién pasará al estatus de clásico o qué nombre borrará de la faz de la tierra. Obras que se mantienen a lo largo de los siglos tan actuales como cuando fueron concebidas. Tal vez el gran logro de Honoré de Balzac fuese construir con su prosa un espejo donde se reflejara con nitidez lo que las apariencias ocultan. Dedicó gran parte de su vida a La Comedia Humana, en un ingenioso juego con el título de Dante. Su pretensión era mostrar la verdadera sociedad de entonces describiendo los diferentes tipos que la conformaban y ¡ay! ¡cuán similares a los de hoy! Quería "hacerle la competencia al registro civil". Hablamos de 1836 y 1843 cuando se publica Las ilusiones perdidas, una obra que apareció dividida en tres partes y que, casi doscientos años después, se funde en una única historia llevada magistralmente al cine de la mano del director Xavier Giannoli. La historia de Lucien de Rubempré para la sociedad, pero cuyo nombre real era Lucien Chardon, apellido que arrastraba un oscuro origen. El motor que enciende el engranaje terrible mediante el cual Balzac nos muestra una sociedad que premia o castiga a quien conviene, más allá del valor real que se tenga, dependiendo tan sólo del virtuosismo para moverse entre unos, otros y los de más allá, es el joven poeta de provincias que llega a París buscando reconocimiento, convencido de su valía poética. El retrato claro de esa sociedad que encumbra o pisotea dependiendo no de los méritos, sino de la habilidad que se tenga para medrar, es de una perspicuidad que amedranta por lo vigente. No se trata de que el director nos presente "una lectura actual y emocionante de Balzac" como se ha publicado en alguna crítica, es que la sociedad actual es tan similar a la de entonces que da miedo comprobar cómo los instintos más bajos, las mezquindades humanas rigen y perduran. Además, la genialidad de Balzac reside en el hecho de que el propio protagonista llora al final impotente por haber sido incapaz de conseguir manipular a voluntad los tejemanejes sociales. Para los que no tienen tiempo de leer o no saben, como el gran editor analfabeto de la novela, y quieran verse a sí mismos retratados en una gran producción, no se pierdan este magnífico film francés.

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