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El incendio de Lújar: crónica de una tragedia impune

El 8 de julio de 2015 se produjo un incendio forestal que no afectaba a cualquier suelo, sino a la joya más preciada de la Costa Tropical Los trabajos para su extinción fueron muy duros

SON las 10:30 de la mañana del 8 de julio de 2015. Una espigada columna de humo brota desde las entrañas del Alcornocal de Lújar y estremece a toda la comarca de la Costa, especialmente al agente de medio ambiente que la observa desde Castell de Ferro. Solo unos segundos después está ya activado el dispositivo contra incendios y los primeros medios están de camino a la boca del fuego; no arde cualquier zona: arde la joya más preciada de la Costa de Granada. En veinte minutos han llegado los primeros agentes ambientales e, inmediatamente después, la brigada helitransportada procedente del Centro de Defensa Forestal de Tablones que saltan desde el helicóptero justo a sus pies, en la parte baja de la ladera, allí donde es más vulnerable. Las condiciones ambientales a las que se enfrentan son extremadamente adversas: casi cuarenta grados de temperatura ambiental, vegetación muy seca debido al profundo estrés hídrico, laderas y barrancos muy empinados, viento cambiante... Y el fuego se dispara, se desplaza como una exhalación de copa a copa, volando de forma vertiginosa por encima de los alcornoques y los pinos, arrasando la ladera hasta alcanzar el cortafuegos donde lo esperan los bomberos procedentes de Motril y donde el dispositivo Infoca se ha hecho fuerte, sabedores, unos y otros, de que esta es una línea que no puede ser rebasada.

Mientras, un suceso trágico está a punto de ocurrir. Cerca del punto de inicio y aprovechando una vaguada, el fuego ha rodeado a la brigada helitransportada y amenaza con dejar aislado el cortijo Valavero, donde se encuentran los propietarios y algunas familias hospedadas con las que los agentes de medio ambiente llevan intentando contactar sin éxito desde hace casi una hora. Hay que tomar una decisión. La pista de tierra que lleva al cortijo es la única vía de acceso pero está tomada por el fuego. Hay dudas pero, finalmente, dos de ellos y dos agentes del Seprona de la comandancia de Motril deciden ir en su auxilio. Entre saltos y volantazos, los vehículos se adentran bajo una metralla incesante de piedras y ramas ardiendo, apenas sin visibilidad y con una temperatura asfixiante. En el descenso, topan con los miembros de las brigadas helitransportadas que habían quedado aislados y que, gracias a su experiencia y preparación, se habían salvado poniéndose a resguardo en un área ya calcinada; por eso son los mejores, los más cualificados. Unos metros más abajo la barrera de fuego es ya un muro infranqueable. No queda más opción que salir marcha atrás recibiendo de nuevo la tormenta de piedras, cenizas y ramas incendiadas. No han podido llegar y la preocupación por la suerte de las personas retenidas se acrecienta. El personal del Seprona de la comandancia de Motril decide intentarlo nuevamente: hay gente que puede morir carbonizada, hay que sacarla de allí. De nuevo el infierno de llamas, piedras y troncos ardientes. El todoterreno alcanza el frente de fuego y lo cruza, pero es más extenso de lo esperado. El humo y la temperatura son críticos, es imposible seguir avanzando y tampoco pueden volver hacia atrás, así que deciden tirar el vehículo hacia el barranco para salvar sus vidas, arrancando con el morro las cadenas que cierran el camino y los troncos caídos. El todoterreno ha quedado totalmente destrozado pero se han salvado.

Por fin se puede contactar con la casa rural: todos están bien. El plan de autoprotección puesto en marcha por los propietarios del hospedaje ha funcionado meticulosamente y todos están felizmente a salvo.

Mientras tanto el fuego se ha transformado ya en un megaincendio. Asciende hacia las cumbres de la Sierra del Jaral y lateralmente hacia Lújar, donde se encuentra el puesto avanzado del dispositivo contraincendios. La prioridad es clara: todos los efectivos que puedan movilizarse tienen que concentrarse en proteger la población. Desde el mando no han cesado de pedir más medios pero, fatalmente, otro megaincendio originado en Quesada y que amenaza al parque Natural de las Sierras de Cazorla y las Villas los tiene comprometidos; hay que resistir con lo que hay. La población de Lújar es evacuada. El fuego, que comenzaba a estar contenido en las mismas puertas del pueblo, se revuelve y, a favor del viento, lanza pavesas ardiendo que generan nuevos focos secundarios a la espalda del dispositivo, rodeando a los efectivos que trabajan allí y al propio pueblo, escalando las laderas de Sierra de Lújar hacia las cumbres y amenazando al Parque Natural de Sierra Nevada. La situación es crítica y el desastre de 1978 que arrasó 10.000 hectáreas planea en la mente de todos.

En ese momento, como en una mala película de Oeste, el cielo se atruena de motores. Son los medios aéreos que llegan desde Málaga, desde Talavera, desde Torrejón. Su misión urgente es bombardear con descargas de agua el frente para bajar la temperatura y facilitar el trabajo de los operativos de tierra que sufren condiciones volcánicas. Son hidroaviones, helicópteros y avionetas que tiene que luchar directamente contra las llamas, las corrientes de aire caliente, las cenizas y la poca visibilidad, todos ellos operando a la vez en un espacio minúsculo donde el menor error se puede transformar en una enorme catástrofe.

El mando avanzado es evacuado de Lújar y con él los pueblos de Olías y Fregenite; posteriormente lo serán también Los Carlos y se alerta a Rubite. Al caer la noche dos frentes avanzan: uno al sur, descendiendo por la rambla de Los Carlos y otro hacia el norte y noreste, gateando hacia las cumbres de la sierra. En el frente del Conjuro la situación no es mejor. El fuego se ha desdoblado y ha dejado a diferentes grupos del Infoca, bomberos, agentes ambientales y especialistas de la Unidad Militar de Emergencias (UME) aislados del resto del operativo. Rodeados por las llamas y con el pinar de la Garnatilla amenazado, el mando diseña una solución drástica pero efectiva: atacar el fuego con un contrafuego y ahogarlo en sus propias llamas.

Amanece y, con la llegada del día, los medios aéreos vuelven a actuar. El primer objetivo es la cumbre de la Sierra de Lújar, que es acometida intensamente logrando atajarlo en las inmediaciones de las antenas. Al este, cerca de Olías, un helicóptero pilotado por un auténtico funambulista va depositando uno a uno, en un juego de equilibrio, a los especialistas de las brigadas del Infoca, en lugares donde apenas cabe una persona. Al oeste, en la Sierra del Jaral, otras unidades con el apoyo de los medios aéreos y vehículos motobombas controlan los fuegos que penetraban en los términos municipales de Motril y Vélez de Benaudalla.

Por fin el incendio está contenido. Ahora toca acabar definitivamente con él ya que cualquier golpe de viento puede reactivarlo: se perimetra y extinguen los múltiples focos que hay dispersos. Algunos efectivos del Infoca quedan vigilantes; algunos son desplazados a otros incendios, a otra acción, donde volverán a poner su vida por delante. Los vecinos pueden volver a sus casas

La tragedia es total: explotaciones agrícolas, viviendas… y el Alcornocal de Lújar. Con más de 500 años de historia esta joya botánica de la Costa ha sido destruida pero, afortunadamente y pese a lo vivido, ninguna vida humana ha sido cobrada.

Al parecer, la responsabilidad de toda esta tragedia se reduce a una chispa eléctrica. Tras la extinción, asistimos al penoso espectáculo del combate partidista, al sainete de los políticos paseando alcornoques en maceta, a soluciones circunscritas a una foto y un titular. Un año después la situación del alcornocal es traumática. Las escasas y torrenciales lluvias han dificultado los rebrotes y erosionado el suelo. Contra el criterio científico, se ha autorizado la saca de madera y la apertura de pistas. La administración se ha escudado en el carácter privado del monte para apenas actuar y ha ignorado la fuerte movilización social que surgió tras la catástrofe. La declaración de Parque Natural, que hubiese permitido hacer llegar los recursos económicos que la recuperación del espacio destruido necesitaba, ni se ha producido ni se va a producir a corto plazo. Ni una sola voz institucional la ha reclamado.

Pero por encima de todo esto queda el compromiso de los hombres y mujeres que lucharon y luchan directamente contra el fuego y que arriesgan sus vidas como consecuencia de las negligencias, los intereses económicos o los equilibrios políticos. A ellos y ellas les expresamos desde aquí toda nuestra gratitud.

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