Paso de cebra

José Carlos Rosales

josecarlosescribano@hotmail.com

Sin ir más lejos

Esta exposición de Juan Vida vuelve a ser un itinerario, la crónica de un viaje exploratorio

Como en tantas otras ocasiones, Juan Vida ha escogido una expresión sencilla (pero muy penetrante) para titular su última exposición, la que estos días podemos visitar en el Instituto de América de Santa Fe, a poco más de quince kilómetros de Granada, un paseo que algunos considerarán excesivo, ya se sabe, en estas tierras todo lo que no ocurra en Puerta Real parece que discurre en las afueras, en las oscuras tinieblas exteriores, mientras la mayor parte de nosotros permanecemos ensimismados en la Fuente de las Batallas, en las viejas batallas y querellas de las que nunca seremos capaces de salir.

Como en tantas otras ocasiones, esta exposición de Juan Vida vuelve a ser un itinerario, la crónica de un viaje exploratorio, la indagación existencial y moral de la que sólo vemos algunas imágenes poderosamente íntimas, no vemos todo lo que ocurrió durante ese viaje, un viaje que ahora aparece teñido de balance o resumen: no en vano, bajo el rótulo de Sin ir más lejos, se reúnen treinta figuraciones que, ordenadas cronológicamente, forman un álbum, la historia de una aventura de más de veinticinco años, la antología personal de una vida que empezó montando en bicicleta, o pensando en Barcelona, para seguir en el lejano Oriente, rodeada de tigres y de cebras y de monos. El primer cuadro es de 1990 (14 de julio) y parece insinuarnos la superficie acuosa de una piscina, la del pequeño mar de esa memoria donde el pasado se vuelve misterioso. Los últimos son de 2017 y son una estimulante novedad, muestran mayor ambición, una pericia calculada: el paisaje ha ganado nitidez, también profundidad y magnetismo, hasta desvelarnos que el autor podría ser un elemento del paisaje. Porque, aunque a veces pensemos que el paisaje está fuera, la verdad es que el paisaje está dentro: formamos parte él y él forma parte de nosotros. Así que los paisajes de Juan Vida son paisajes interiores, figuraciones íntimas en las que ahora el único misterio es el futuro: un futuro que siempre ha sido adolescente o púber, equilibrista equívoco que llegará cuando quiera, o a donde quiera, sin tener visado, sin pedir permiso.

Como en tantas otras ocasiones, Juan Vida ha desnudado su corazón. Y ahora se le nota más; tal vez porque los corazones, con el paso del tiempo, se quedan saturados, desbordan sus límites y nos abren sus puertas. Y nos dejan entrar (sin ir más lejos) en el patio central de la casa.

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