María Dolores Santos Moreno

Nuestro jardín: evocaciones de María de la Luz García-Duarte

l Artículo publicado en el especial Francisco Ayala, un escritor en su siglo, editado por Granada Hoy en marzo de 2006.

HAY muchas mujeres que ejercen la pintura como profesión, y aprenden en Escuelas y Facultades. Pero entonces no era así, a las mujeres no nos admitían en ninguna escuela de pintura, por eso aprendí en mi casa con un profesor particular que daba clase de Dibujo en el Instituto General y Técnico, el cordobés Tomás Muñoz Lucena. Tampoco aprendí para dedicarme profesionalmente al arte, porque las mujeres nos casábamos y formábamos una familia generalmente con muchos hijos.

A mí me gustó desde siempre la pintura y la lectura, en casa nos reuníamos mis padres y hermanos por la noche y alguien leía en voz alta algún libro de nuestra biblioteca donde había textos de nuestro Siglo de Oro y también novelas españolas del siglo XIX. Mi casa de la calle Canales estaba casi en la Vega y tenía un jardín donde yo jugaba y me fui aficionando al gusto por las flores, sobre todo por las rosas, y al trato con animales domésticos.

De casada viví siempre en una casa con jardín, salvo en los primeros años de matrimonio que vivimos en pisos en la calle San Agustín y en la Gran Vía, y en Madrid donde habitamos en la calle Lope de Rueda. Mi padre, don Eduardo García Duarte, era catedrático de la Facultad de Medicina de Granada y mis hermanos Rafael, Enrique y José fueron médico, notario y farmacéutico respectivamente.

Mi hermana Blanca y yo nos casamos con dos hombres pertenecientes a distinguidas familias. Mi marido, Francisco Ayala Arroyo, era hijo de un rico magistrado malagueño, estudió Derecho y tenía muchas propiedades.

Mi padre también me dejó una buena herencia, pero por circunstancias que no acierto a explicarme bien nuestro patrimonio fue mermando en pocos años y mi marido tuvo que aceptar un trabajo de oficinista en la Diputación. Y en 1921 nos fuimos a Madrid donde mi cuñado Ricardo le encontró trabajo en una empresa inglesa.

Ya en los años de la República mi marido fue el administrador del Monasterio de las Huelgas Reales (Burgos) y allí volví a disfrutar de la paz de un jardín y gozamos de unos años de bonanza económica. Tuve diez hijos, dos murieron antes de cumplir un año y el otro de una meningitis en Madrid.

Mi hijo mayor, Francisco, heredó de mí el gusto por la pintura y la lectura. Todavía le recuerdo conmigo en nuestro palomar del Albaicín en aquel Carmen de la Cruz Blanca.

Por delante de nuestro balcón pasaba la procesión del Arcángel de San Miguel a finales de septiembre. Tenía el carmen un hermoso jardín con un estanque y muchas flores, y pegado a él estaba el campanario de la iglesia del convento de las monjas donde Paquito hizo la primera comunión.

Mi hijo Francisco, que cumple ahora 100 años, es escritor. Algunos de sus muchos relatos tienen referencias a una madre que podría ser yo, y particularmente el llamado "Nuestro jardín" de su libro El jardín de las delicias se inspira en un cuadro que pinté en mi juventud representándome a mí misma leyendo en el jardín de mi casa paterna, y que llevé a una Exposición del Corpus.

La casa se vendió a la muerte de mi padre y nunca volvimos a ella como tampoco pude regresar a Granada. Pero ahora este cuadro va a exponerse otra vez en mi ciudad natal y será como si yo volviese a estar de nuevo por allí.

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