En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
LOS ricos siempre lloran, pero ¿también escotan? ¡Ah, amigos! El único pago a escote socialmente aceptado es el de la minuta del restaurante. Pero y la contribución fiscal ¿se escota correctamente? Eso es otro cantar. Como todos sabemos el catálogo de escotes es inmenso; los hay, por ejemplo, de pico y a la caja. Es decir, unos más pronunciados que otros. Dice la ministra Elena Salgado que la supuesta subida de los impuestos a los acaudalados apenas tendrá repercusión en los Presupuestos del Estado y por eso la medida no corre prisa, todo lo contrario que las iniciativas de ofuscación fiscal destinadas a las clases medias. No es nada nuevo. El enfático anuncio de José Blanco de subir los impuestos a los ricos y a los amillonados españoles no perseguía otra cosa que calmar los ánimos de los contribuyentes modestos exprimidos por la tenaza socialdemócrata. Era en el fondo una medida de propaganda con escasas posibilidades de éxito. Los grandes capitales están tan protegidos por las artimañas fiscales que es imposible aplicarles lo que podríamos denominar la ley del escote: tanto tienes, tango pagas. La proporcionalidad es impensable, tanto si gobierna un socialismo descafeinado como una derecha con aditivos que ahora hace causa común con la clase media para sisarle el voto.
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