Los nuevos tiempos

César De Requesens

crequesens@gmail.com

La locomotora de Montefrío

El tren circunda el perímetro urbano, se adentra entre los olivos y te sumerge en una Andalucía rediviva

Un tren turístico recorre Montefrío de punta a punta. Sube cuestas y baja abismos de una ciudad anclada en la historia, fuera de todos los caminos que conducen a algún lado y, sin embargo y sorprendentemente, destino de cientos, miles de turistas de un tiempo a esta parte. Los milagros existen y en Montefrío se ha producido el del del turismo allí donde a nadie nada se le había perdido.

La magia dura el tiempo que sometes cualquier hecho al análisis y a los datos. Con chuc chuc del trenecito, cuesta arriba, hacia el mirador de National Geographic, vas comprendiendo que esa que llaman una de las diez vistas más bellas del mundo tenía que ser descubierta no sólo por los japoneses que hasta allí, en plan aventura primero y luego para contraer bodas exóticas, se arrimaron. No. También había un juego de perspectivas, una composición casi calculada de volúmenes con iglesia enhiesta encaramada en el risco con las casuchas arracimadas en rededor. Tipismo y vida casi troglodita por descubrir expandida hacia el llano en torno a una inmensa iglesia que haría sombra a la que imita, el Panteón de Agripa. Si. En Montefrío.

El tren circunda el perímetro urbano, se adentra entre los olivos, te sumerge en una Andalucía eterna rediviva, como esta población de unas cinco mil almas que se despereza a base de aceite y de turistas, replanteando en modo marqueting siglo XXI lo que ya todos conocíamos. Alguien lo vio y alguien lo hizo, como lo mantienen día a día los guías de ese simpático trenecito, Cristina y Antonio, amables y atentos hasta el punto de abrirte las puertas de un convento franciscano encima de otro risco o contarte las maravillas del oro líquido de anochecida, con simpatía y sin mirar el reloj, sin la impostada sonrisa de aquellos a los que el trabajar en el turismo ya les suena solo a industria.

Al descender del trenecito te percatas que para crear reclamos para visitantes hace falta una conjunción de factores más allá de la locomotora, es decir, servicios buenos en cafeterías en donde aún te miran así, en plan radiografía, o el enjambre de pedigüeños que aún ven en el turista la limosna disuasiva.

Hacen falta motores así, que suban cuestas del progreso. Y visionarios que los conduzcan, como los que vieron que un trenecito era más que un atardecer con vistas.

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