El mal ejemplo de España

Los separatismos, al imponer sus exigencias en España, estimulan apetitos similares por otras geografías

Un nuevo temor recorre Europa. Y, como consecuencia, a ciertos organismos y países de la Unión les preocupa, cada vez más, el ejemplo, contaminante, de los separatismos que, al imponer sus exigencias en España, estimulan apetitos similares por otras geografías. La ciega política acomodaticia del Gobierno español ante la propaganda, en el exterior, de independentistas catalanes y vascos moviliza a otras regiones de países europeos. Pero, por fortuna, esta vez, ante esta nueva "gripe española," ciertas alarmas europeístas se han disparado. Porque allí donde hay políticos oportunistas que huelan rentabilidad en tal negocio, inmediatamente se recupera una vieja bandera. Para ellos, basta agitar sentimientos, inventarse un pasado, cargarlo de símbolos, y, sobre todo, pintar al otro, al vecino de siempre, como un fatal enemigo. Así, se consigue instrumentalizar favorablemente la política local, colocar sin pudor a los suyos y alcanzar el poder. Desde esas plataformas se obtienen los mejores atajos para corromper y, a la vez, fingirse una víctima. Y las lecciones dadas -y sufridas- por España, al respecto, son inmejorables. Aunque, ojalá, por una vez, al mal ejemplo de España lo acompañe, cuando menos, el consuelo de haber servido de advertencia. Y parece, según la prensa europea, que puede ser así. En Francia, en estos últimos meses, una buena serie de libros critican el contagioso peligro de este nuevo fantasma. Que coincide con una llamativa señal de alerta: hace una semana, un prefecto, en un departamento del sur, ha abierto expediente judicial a cinco alcaldes por utilizar el catalán en reuniones oficiales. Una reacción contundente, a la hora de aplicar de la ley. Pero esta medida no ha provocado, en el resto de la nación, ni una sola gota de mala conciencia. Porque como dice Benjamin Morel, el autor de uno de estos libros: "Si vamos cediendo, el país se nos deshace en migajas". Por tanto, si la grave situación española reclamaba reflexiones también en el exterior, por fin algo empieza a removerse. La idea de una Europa unida no busca suprimir diferencias territoriales en costumbres, creencias, gustos o lenguas. Cualquier patrimonio regional debe usarse y disfrutarse. El proyecto de Europa está precisamente para acoger y bendecir todo ese potencial, pero sin aceptar que unos cuantos políticos instrumentalicen unos sentimientos dignos como palancas para engreír, fabular, ascender y corromper. Solo para satisfacer su ego, su economía y su poder, crean artificiales fronteras y, consecuentemente, amigos y enemigos.

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