El habitante
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Alto y claro
El PSOE de Pedro Sánchez tiene un problema. El de Juan Espadas tiene dos. Las elecciones del pasado domingo fueron un desastre para los socialistas en el conjunto del país, pero si se mira el mapa político que han dejado en Andalucía sólo se puede hablar de catástrofe y cataclismo. Por primera vez, el Partido Popular ha ganado unos comicios locales, ni una sola capital de provincia va a tener alcalde socialista. Dos Hermanas y San Fernando son los únicos ayuntamientos con verdadero peso poblacional en los que van a tener el bastón de mando. Las diputaciones provinciales, que tanto dinero reparten y desde las que se hace política de la que se traduce en votos e influencia, van a estar mayoritariamente en manos populares. Tras las autonómicas del año pasado y las municipales del domingo se puede concluir que Juanma Moreno va a acumular, como presidente del PP andaluz, cuando se constituyan ayuntamientos y diputaciones, un poder institucional casi tan mayoritario como el que tuvo Manuel Chaves en sus mejores años, lo que es mucho decir.
Con estas cartas de navegación a Juan Espadas y a sus exhaustas huestes les toca proseguir una travesía del desierto que tiene como siguiente escala las elecciones precipitadas por Pedro Sánchez para dentro de dos meses, en un ejercicio que no se sabe muy bien si es de inmolación pública o de tácticas de supervivencia. Se verá. Lo cierto es que el PSOE andaluz no tiene ninguna posibilidad de levantar cabeza tras el nuevo descalabro. Tampoco, para qué engañarse, si la legislatura hubiese cumplido su ciclo natural hasta diciembre. Por si no tuviera ya bastantes problemas la investigación judicial sobre la implicación de su número tres en el grotesco asunto del secuestro de Maracena era lo que le faltaba.
Juan Espadas es, hoy por hoy, un dirigente amortizado que, seguramente, estará mirando ya un futuro fuera de la política andaluza. Cogió el partido en las peores condiciones posibles tras dejar irse por la gatera casi cuarenta años de poder indiscutido y en medio de una división interna desgarradora. Lo tenía difícil, nadie lo niega. Pero no ha sabido sacar a la organización de la situación de encefalograma plano en la que se debate desde hace ya cuatro años y en la que navegan entre lo malo y lo peor. Lo malo, para ellos, es que no hay ningún síntoma de que la recuperación esté a la vista, aunque sea lejana. Las elecciones del próximo julio serán un nuevo calvario, mientras un PP en estado de gracia tiende a ocupar todo el espacio que le dejan libre. Y ese espacio parece, por ahora, no tener límites. Lo peor es que, aunque a Feijóo no le vaya todo lo bien que se presume, los socialistas de Juan Espadas seguirán su inexorable caída hacia la irrelevancia como alternativa de poder en Andalucía.
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