La periodista francesa Clara Candiani, después de visitar la zona nacional durante la guerra incivil, publicaba: "El Estado cristiano que dice ser la España rebelde, falsea con trágico cinismo criminal la realidad de la España republicana, y los que han sido fieles a la legalidad son presentados, sin excepción, como unos monstruos de sádicos instintos". Jerónima Blanco tenía 22 años, estaba embarazada de seis meses, fue torturada, violada, y antes de asesinarla contempló cómo los fascistas utilizaban a su hijo de tres años lanzándolo al aire en una prueba de tiro al blanco. Historias de terror que, durante y después de la contienda, se repitieron sin relacionarlas con ningún instinto sádico. Porque las palabras, lejos de su significado real, adquieren el sentido que el más fuerte considere oportuno. El término "intelectual" arrastró un sesgo despectivo por referirse a la facultad humana del cultivo del intelecto, esa que imposibilita salvajadas semejantes. Pensar era el peor de los instintos sádicos que existía para los golpistas, parece, pues se afanaron en eliminar a todos los "intelectuales" a lo largo y ancho del país. No otro fue el delito por el que asesinaron a Federico García Lorca, a José Palanco Romero, decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada o a su joven rector Salvador Vila, además de a estudiantes, maestros, médicos, periodistas..., y, en definitiva, a los que pretendieron hacer de su país un lugar en el que la educación y la libertad de pensamiento fuese pilar base. Contra la barbarie del raciocinio no cabía más que una guerra entendida como única solución, interpretada como cruzada, con su lenguaje de reconquista, para desembocar en un Estado totalitario que llevara a cabo la restauración de un orden moral católico. La criba se perpetuó una vez terminada la contienda, cuando el dictador se afanó en eliminar de la faz de la tierra, de la faz de la historia, de cualquier faz, sus nombres, sus rostros, sus vidas, sus obras. El 26 de noviembre de 1936 Unamuno al enterarse del asesinato de Salvador Vila escribiría en un ataque de rabia contra los asesinos y su procedencia: "En Granada han fusilado, los falangistas, al pobre Salvador Vila. ¡Esos degenerados andaluces, con pasiones de invertidos sifilíticos y de eunucos masturbadores!". Esta semana aparecía destruida la placa que la Universidad colocó en recuerdo de su rector. Poco han evolucionado aquellos que sólo saben borrar nombres, que siguen desconociendo el matiz de las palabras, aquellos que confunden adversario con enemigo, y ya se sabe que "al enemigo ni agua" y nos demostraron durante más de cuarenta años con despiadadas sutilezas inimaginables que "y si tienen mucha sed, bacalao y polvorones".

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