Mir, abogado y caballero

16 de diciembre 2025 - 03:06

Pasar por el abogado no suele ser fácil. Llegas por asuntos difíciles y piensas aquello de “Pleitos tengas y los ganes”, ya se sabe. Pero si era Fernando Mir el abogado el que te recibía en su acogedor despacho entrabas en modo serenidad a sabiendas de que, fuera lo que fuera lo que sucediera, estabas en manos de un jurista de los pies a la cabeza que iba a hacer lo que fuera posible para resolver tu tema. Nos dejó la semana pasada. Lo hemos sentido de veras. Hacen falta personas como Fernando para volver a creer en la justicia. Él creía en la ley como ese modo que tenemos de acordar límites que nos permitan algo de certeza. Rezumaba sabiduría legal y, como patriarca de toda una saga de grandes abogados, guiaba los asuntos con conocimiento profundo de cualquier materia. Hace unos meses le distinguieron con una condecoración de la abogacía. Todos nos alegramos de que, incluso a los más discretos y esforzados del oficio de las leyes, se les reconozca sus años de darse a los demás. Porque servir es la misión que ellos tienen. Orientar y buscar lo mejor para su defendido, su cliente, que a veces acaba en amigo. Con Fernando Mir tenías esa sensación cada vez más rara de estar ante un caballero de las leyes, ni un leguleyo ni un picapleitos. No. La abogacía no es sólo tener un título, ponerse una toga y cobrar minutas. Hay un oficio esforzado detrás y un espíritu en cada sentencia más allá de los considerandos y otrosíes, de los recursos de alzada o de reposición, de las medidas cautelares. Algunos te devuelven la fe en nuestras leyes, deudoras de las duodecim tabularum que nos contaba ‘el Camacho’ en clase. Descubres que debe haber ‘bona fides’ en el que las redacta y en quien las aplica. Y cuando no la había ahí estaba Fernando Mir para llevarle la contraria. Hemos sentido su pérdida. Familias enteras a las que les arregló divorcios y herencias o particulares a los que les resolvió desahucios. A algunos se ve que les motiva meterse en el fango de la vida para ayudar a salir a flote cuando las cosas se ponen espesas. Justo es pensar que algún buen sitio le espera en el cielo. Tal vez de mediador ante lo más grande para atemperar los juicios más severos. Porque había en su ejercicio tanta bondad como bonhomía de la que muchos damos fe ahora que lamentamos su partida definitiva.

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