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Eran los chulos del barrio, los que decidían sobre vidas y haciendas, los que con un giro de pulgar decretaban la muerte del adversario, sin posibilidad de recurso. Al presidente Sánchez alguien debería pasarle los vídeos con las intervenciones de Gregorio Ordóñez, el político guipuzcoano al que ETA se quitó de en medio el 23 de enero de 1995 porque tenía todas las papeletas -nunca mejor dicho- para ser alcalde de San Sebastián. Goyo era un tipo que hablaba clarito: "Los etarras son escoria y la basura tiene que estar en las cloacas". Llamando a las cosas por su nombre, sin medias tintas ni concesiones a la prudencia, que es el disfraz detrás del que suele esconderse la cobardía. En aquellos tiempos de pacifismo renunciativo en que hasta las concentraciones contra los crímenes etarras debían hacerse en silencio para aspirar a alguna simpatía frente al terrorismo, el desprecio sonoro con el que Ordóñez se dirigía a ETA y su entorno era una anomalía que la izquierda abertzale tenía que corregir. Y lo hizo, claro, de la forma habitual: pegándole un tiro en la nuca -tal día como hoy, hace veintiocho años- mientras comía en una taberna de la Parte Vieja donostiarra, junto a María San Gil y otros compañeros del PP.
Gregorio se había convertido en un símbolo de la lucha contra el fanatismo y la radicalización violenta en el País Vasco. También en un claro exponente de un modo de entender la política que colocaba al dirigente al servicio del ciudadano, jamás al contrario. Cometió el error de ser generoso con los socialistas, entregando en 1991 la Alcaldía de San Sebastián al infame Odón Elorza, que nunca se lo agradeció. Tiempo después los populares vascos volvían a caer en la trampa: Basagoiti investía lehendakari a Patxi López a cambio de nada; bueno, no exactamente: a cambio de insultos y política nacionalista durante una legislatura a la que hubo que poner fin de manera anticipada.
"Estamos hasta los cojones de ti. Fuera de Euskadi, cabrón", le amenazaron telefónicamente unos meses antes de matarlo. Pero Goyo no se arrugaba: "Lo único que hay que negociar con los terroristas es el color de los barrotes de su celda". Traigo malas noticias, admirado Gregorio: tus asesinos y sus compinches son ahora el pilar que sostiene el gobierno de España y Arnaldo Otegi será, con toda probabilidad, el próximo presidente vasco. Tu muerte no sirvió para nada.
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