El naufragio de venecia

La experiencia y propuestas de Cacciari tal vez fuesen aplicables a ciertas ciudades andaluzas

Los habitantes de Venecia aprendieron pronto que el mismo privilegio geográfico que permitía, gracias al comercio, atesorar tantos bienes, les exponía a ser una pieza codiciada en los trajines de las grandes potencias. Pero la ciudad encontró en las propias aguas de su laguna su mejor defensa y, gracias a eso, pudo acumular riquezas y belleza. Con astucia, los enemigos exteriores fueron derrotados o asimilados. Y cuando su comercio decayó, su leyenda y sus hermosas piedras resultaron igualmente rentables. Durante tres siglos, visitarla fue obligación de todo ciudadano culto. Grandes escritores, pintores y músicos difundieron su imagen y los muy ricos compraban fastuosas casas para vaciarlas de vida y convertirlas en museo. Era un porvenir de ensueño. Conquistaba de nuevo al mundo, pero esta vez gracias al pacífico esplendor de sus fachadas. Hasta que un día, ese inmortal montaje empezó a venirse abajo. Pero no solo debido al maléfico poder putrefacto de las mareas de la laguna, la verdadera destrucción vino del trasiego de millones de turistas. Moría de éxito. Y cuando los escasos venecianos que pernoctaban en la ciudad pusieron el grito en el cielo, ya todo se hundía. De manera tan inexorable que, tras recurrir a todo tipo de expertos y sabios, tuvieron que llamar a un filósofo. A alguien que en toda su vida solo había ejercido de filósofo. Muy bueno, eso sí, y quizás el más celebre de Italia: Massimo Cacciari. Lo eligieron alcalde (era de origen veneciano) y le pidieron que pensara si era aún posible salvar Venecia y qué remedios proponía. Estuvo de alcalde de 1993 a 2000 y dado que sus reflexiones exigían más tiempo, fue de nuevo elegido alcalde en 2005. Sus propuestas teóricas ilusionaron, sobre todo dado naufragio inminente. Además, sus ideas circularon por una Europa que veía en Venecia el ineludible precedente de otras ciudades. Pero esas ilusiones redentoras apenas duraron, porque la ciudad ya se había vaciado de venecianos y sólo podía servir para ser exhibida como una joya hueca, recorrida por unos fantasmas en fugaz tránsito. Pero esta pérdida y sacrificio de Venecia aún se incrementan más porque la experiencia y propuestas de Cacciari, el alcalde-filósofo, han quedado totalmente olvidadas. Sin embargo, tal vez fuesen aplicables a ciertas ciudades andaluzas que, como Venecia, están a punto de vaciarse y ser sacrificadas al inmediato dios del turismo. Para empezar, haría falta que alguien con responsabilidad ética y política leyera y difundiese el testimonio dejado por Massimo Cacciari.

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