Otra Navidad

19 de diciembre 2025 - 03:07

Míralas. Parecen polillas hipnotizadas por el oro y la luz. La Carrera, Gran Vía, Mesones… todas se convierten en una pasarela de terciopelo y de felicidad que solo el dinero puede comprar. Dicen que es la época de la generosidad, del espíritu navideño. El aire huele a castañas asadas, a mazapán, a perfumes caros. Pero el frío en esta esquina tiene otro olor, más crudo y persistente: a humedad, a soledad, a cartón mojado y a precariedad que no entiende de fiestas.

Acaba de pasar un niño arrastrando una caja con el logo de una tienda de electrónica. Lo vio un día en televisión. Su felicidad tiene forma de videoconsola. O de un móvil nuevo. Desconoce que, a pocas calles de aquí, en las laderas del Albaicín o en bloques olvidados de Almanjáyar, hay otro niño que no pide un deseo, sino una necesidad: una manta para que la tos incesante de su madre no lo despierte de madrugada. El deseo efímero o la necesidad vital, dos caras de la moneda de vivir…

Me río cuando escucho que ‘el consumismo nos está matando’. No. El consumismo nos salva. Te da un propósito, una excusa para gastar, para sentirte parte del circo cálido y reluciente de la abundancia. Para quienes están al otro lado de la luz, el consumismo es una burla, un cristal transparente que permite ver la mesa de Nochebuena dispuesta, sin poder alcanzar una migaja.

Pertenecemos a otra historia. Todo tan pulcro, tan organizado, tan políticamente correcto… pero cuando se trata de los débiles, las luces se apagan y la oscuridad se impone. Culpamos al de enfrente, al político, al ayuntamiento, al Estado... Y mientras, salgo del Corte Inglés con tantas bolsas que ya no cabe ninguna más en mis manos, entonando aquello de la injusticia de los demás. Total, disponemos de una conciencia que en Navidad se pone un abrigo de lana y mira hacia otro lado, esperando que miseria e injusticia se resuelvan por el coraje de quien lo sufre o por la caridad ajena. El verdadero ‘milagro’ de la Navidad para nosotros: la increíble capacidad de mirar la pobreza y la injusticia social, vestirlas con el disfraz de la caridad puntual y olvidarlas hasta el próximo diciembre...

Aquí estamos. Esperando en la sombra helada de la Fuente de las Batallas. No es paz y amor; es silencio y desigualdad. Un contraste insoportable que las luces, por intensas que sean, nunca podrán borrar ni justificar. La Navidad solo ilumina la herida, la hace visible unos segundos antes de ser ignorada.

Cuando todo acabe, las luces se irán. Pero el frío seguirá aquí, con nosotros. Feliz Navidad.

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