Y no había niños

En mi calle nos esperaba el mundo, Dios y un balón desinflado. Daba igual. Hicimos nuestra la ciudad

Cuentan que una tarde se los llevaron. Que los quitaron de?en medio, que les dijeron adiós para siempre, que ya no serían aderezo del mobiliario urbano de mi ciudad. Cuentan que se fueron, que se hartaron de ellos, que persiguieron sus juegos, sus gritos, sus voces, sus peleas, sus pataleos. No. Ya no hay niños. La ciudad no los quiso. Se quedaron sin brujas, sin lobos, sin árboles ni recodos donde jugar al escondite.

Cuentan que una tarde se los llevaron. Por más que busco no hay ninguno. La ciudad se hizo para ellos lo más parecido a un infierno. Sólo les permitieron el refugio de su habitación, la playstation y el TikTok. Se acabó sentir suya la calle, tomarla como su auténtica sala de juegos, rezar para que dieran las cinco y allí… allí, en mi calle nos esperaba el mundo, Dios y un balón desinflado. Daba igual. Hicimos nuestra la ciudad. Y si molestaban las piedras del asfalto, buscaríamos una acera. Churro pico terna, dos persianas como porterías homologadas, un bote con el que ganar vidas y salvar a tus compañeros mientras nos escondíamos, la lima cuando dejaba de llover, aceras dibujadas con tiza y saltar a la pata coja, una cuerda, calles vacías donde hacer paredes con la pelota mientras volvíamos del cole solos, siempre solos. La vida. Sin problema. La vida ni sus espacios nunca fueron un problema.

Cuentan que una tarde se los llevaron. Que el vecino del tercero dijo que eran demasiados ruidos. Que el alcalde pensó que era mejor reunirlos en un patio donde les proveería tres columpios, los mismos que en otro patio, los mismos que en otro patio… Cuentan que el progreso se puso de su parte, que asfaltó la calle, que la llenó de coches, y que las aceras despidieron juegos de niños para ser parte de un negocio. Se acabó el escondite, las cuatro esquinas, dijimos adiós a policías y ladrones…

Cuentan que una tarde se los llevaron para nunca volver. Mis hijos y los suyos no comprenderán de lo que hablo. No jugaron en la calle. Aquellos mayores que tanto se quejaron por los gritos cómplices de los niños, hoy se entierran orgullosos del ruido de los coches y las grandes avenidas. Mis hijos son de los parques iguales, del tobogán y el balancín. Y fines de semana en el sofá, redes sociales, Instagram, el chat…

No sé por qué cuento esto. Quizá porque mientras hace días andaba por la Carrera, Puerta Real, Recogidas… mientras recorría Granada, no vi ningún niño jugando. Quizá porque mi amigo Fran me ha desvelado esta noche regalándome un libro de Francesco Tonucci, La ciudad de los niños, aún a medio leer; quizá porque echo mucho de menos ruidos, atropellos, juegos… quizá porque comienzo a pedir a la vida, lo que la vida nunca me va a devolver… quizá porque estamos de elecciones y alguien debería acordarse de ellos, ayudarles a reescribir su historia… quizá porque necesito que vuelvan a ser eso: niños. Hoy, 12 de mayo de 2023, por más que busco en las calles de mi ciudad, no hay niños. No hay niños…

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