El nuevo cuento de Cervantes

22 de octubre 2025 - 03:08

En un país muy cercano, había una bonita avenida llena de árboles y con una vía de servicio en cuyo margen se levantaban negocios modestos, algunas cafeterías, una iglesia y hasta un colegio de niños. Los habitantes de allí eran muy felices y estaban muy contentos con su calle, que llevaba el nombre de un escritor que había creado un personaje llamado Alonso Quijano, más conocido por Don Quijote de la Mancha. Pero un día la reina de ese país, que llevaba el nombre de Marifrán I de Granada, dijo que había que modernizar la calle, que había que poner tuberías nuevas, que había que cortar los árboles y prescindir del vial que daba a los pequeños negocios. Los vecinos se rebelaron y pusieron letreros y pancartas por todos sitios en los que se mostraban contrarios a lo que quería hacer la reina. Decían que las obras iban a durar mucho, que iban a arruinar a muchos negocios y que al abrirse la tierra para hacer zanjas podrían salir ratas enormes, como en el cuento de El flautista de Hamelín, que podrían infectar a todo el vecindario. La mayoría de los vecinos consideraban que no había una necesidad real para esa transformación y que no era menester gastarse tanto dinero de las arcas públicas para esa reforma. Acudieron a los jueces para ver su podían paralizar la licitación de las obras e incluso llegaron a amadrinar los viejos árboles de la avenida para evitar su tala porque, a su parecer, eran símbolos de sombra, paciencia y vida. Pero también había un grupo de vecinos más apegado a los postulados de la reina, que decía que sí, que hacía falta que esas obras se llevaran a cabo para poner unas tuberías nuevas porque las que había eran muy viejas y estaban deterioradas. Y decían que los árboles que se iban a talar eran los más viejos. A pesar de la polémica y de todo el revuelo vecinal, la reina no dio marcha atrás y dijo que había que hacer esas obras porque eran muy importantes para la ciudad.

En el extremo de la avenida había una estatua dedicada a ese escritor cuyo personaje de su libro más famoso se volvió loco leyendo novelas de caballería. Alarmado por lo que estaba pasando en su calle, una noche decidió dejar de ser mármol y a la luz de la farola más cercana, se puso a escribir un relato que comenzaba así: “En un lugar de esta ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Sabemos el principio del cuento, pero no el final.

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