Vuelvo a la paradoja. Vuelvo a Granada. A una Granada histórica, que a veces resulta no demasiado lejana de la actual. Vuelvo a una ciudad marcada por la antilogía, por la contradicción. Anteayer celebrábamos el 190 aniversario de una ejecución. Celebrar una ejecución, celebrar la muerte, es ya en sí un delirio, aunque un delirio necesario, que viene, en estos extraños tiempos, para recordarnos que por la Libertad se han cercenado vidas y, por respeto a la vida, debe dejar de mancillarse la palabra, de vilipendiarse. Hablo de una ejecución indigna como lo son todas las ejecuciones. El lugar de la ejecución fue el Campo del Triunfo. Paradójico también el nombre. En 1618, Granada se convirtió en la primera ciudad española que juró admitir y defender la verdad teológica de la Inmaculada Concepción, por este motivo se erigió un monumento al 'Triunfo de la Virgen', y a sus pies, bajo la mirada de piedra de la madre por antonomasia, las ejecuciones. Lugar escogido para colocar el cadalso, la brutalidad de un garrote que, otra paradoja, en el nombre incluye vil y todos los sinónimos que arrastra: bajo, despreciable, infame. Infame es la pena de muerte, infame un sistema horrendo de ejecutarla y que se practicó hasta ayer mismo, porque 1975 fue ayer. Vil, referido a una persona es alguien que falta a la confianza que en ella se deposita. Justo lo que ocurrió con Mariana Pineda. "¡Yo soy la Libertad herida por los hombres!". Herida por un sistema despótico, absolutista y, por supuesto, patriarcal, pero también herida por aquellos a los que Mariana Pineda fue incapaz de traicionar. Hoy aquel Campo del Triunfo se denomina Plaza de la Libertad y, paradójicamente, está cercada por una reja gruesa y oscura.

"¡Yo soy la Libertad herida por los hombres!". Escribió Federico García Lorca en su Mariana Pineda. Paradójico resulta que nuestro poeta fuese igualmente asesinado. Paradójico es que aquellos que, si las leyes así lo permitieran, volverían a colocar de manera despreciable banderas a medio bordar en un cajón, radios en el interior de un piano, cualquier indicio que sirviese como excusa para apresar y ejecutar a quién es capaz de gritar contra la injusticia, a quién es fiel a sus ideas y comete el delito de ser honrado.

Vuelvo a la Granada histórica, a aquella que sajó no sólo vidas con pruebas colocadas en el momento idóneo, con plegarias a la Patrona, con argumentos inconcebibles, sino que cercenó valores. Carencia que tal vez explique cómo todo es posible en Granada. Por ejemplo, que el ala más radical de una derecha rancia busque apoyo por venganza en un centro moderado que se llama de izquierdas, aunque no podríamos comprender que éstos, con tal de conseguir el Consistorio, se dejaran llevar por semejante despropósito. Pero si me asomo a la gran falla que ha sido nuestra historia, siento el vértigo del abismo.

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