06 de mayo 2025 - 03:08

En Inglaterra y también en Rumanía ahora el crecimiento de los partidos a la derecha de la derecha lleva al acto de contricción a los partidos tradicionales en plan esos padres que, a la vista del engendro de retoño al que dieron vida y luego alimentaron y criaron, se llevan las manos a la cabeza y se preguntan ese “qué hicimos mal” que al menos es un reconocimiento explicito de culpa y de una responsabilidad mal aplicada.

Porque estos partidos anti-todo-lo-woke, impermeables a cualquier razonamiento que no sea el suyo, se han gestado en el caldo de cultivo de la marginalidad de extrarradio, de una parte, y en la pérdida de valores reconocibles del centro rico de las urbes, a lo que se suma ese mundo rural tan despreciado por el progreso como abandonado a su suerte y desolación.

Son muchas las claves pero una está clara. Hay un voto del miedo a la pérdida de identidad derivada de unas políticas de un mal entendido progresismo que dejó hace décadas la lucha de clases para centrarse en la multiplicación de géneros y derechos de minorías, algo tan plausible como reprochable si te olvidas de, a la vez, velar por el bienestar de la mayoría que es el bien común a defender de forma prioritaria.

Como muestra un botón. Pasé días atrás por una zona de bares y ví una cuadrilla de aparentes moteros caminando casi en formación con letreros y pegatinas en las cazadoras de cuero donde se leía ‘milicia hispana’ o algo así. De aspecto fiero, marcial, sin embargo lucían cabello largo con perilla o largas barbas. Llamativos ellos, daban para pensar porqué gente de clase aparentemente obrera abraza estas ideologías ultras. No tengo la respuesta, claro, pero está bien preguntárselo. No será por los aciertos de una Ayuso o un Feijóo. No. Esa derecha de suyo es la del patrón y sus familiares y amigos, la que hace negocios y coloca colegas a golpe de teléfono.

Ocurre en España este desplazamiento de la rebeldía desde un Pablo Iglesias que ya se aburguesó de sobra a un sector de población que defiende justo lo contrario. Como siempre algo de razón tendrá, cómo no. Iglesias también la tenía, aunque su planteamiento fuera tan errado como interesado.

Amparados ahora por el fanfarrón de Trump la derecha ultramontana, la derecha feroz crece y se consolida en las instituciones. Quizás afinar más el tiro con el sentir general de los partidos más razonables sea un camino a un futuro que a ninguno nos gusta si es al precio de las libertades y derechos alcanzados con sudor.

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