Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
En los inicios de mandato del presidente de una nación nos fijamos en el destino del primer viaje. Los jefes del Ejecutivo español suelen elegir Marruecos por razones de estrategia geopolítica. No todos lo han hecho, pues Sánchez se estrenó en París porque el rey de Marruecos no le daba cita en su agenda de 2018. A los mandatarios se les da un período de gracia de cien días, un tiempo para fijar las prioridades y efectuar nombramientos y cambios. León XIV ha comenzado por confirmar todos los cargos, cosa absolutamente habitual. La Iglesia tiene velocidad propia, cuenta con la ventaja de la eternidad, no está condicionada por el corsé de los cuatro años. Irá haciendo su equipo a lo largo de los meses. Es muy pronto para la primera encíclica, pero ya ha dejado algunos mensajes, de los que destaca el formulado en su encuentro con la curia y los empleados del Vaticano, celebrado en el Aula Pablo VI, un colosal salón de actos, de estilo funcional y minimalista propio de un gran hotel NH. El Papa instó a todos a trabajar “sin prejuicios y con una buena dosis de humor”. La curia es ese lugar donde Francisco denunciaba que estaba la “lepra”, también con motivo de sus primeros pronunciamientos. El anterior Papa ya clamaba por el buen humor, lubricante de la vida cotidiana. Roma es una ciudad aliada de la belleza, pero no del buen humor, lastre común en las grandes capitales. El Vaticano es un lugar marcado por las restricciones, las medidas de seguridad extremas, las vallas, el zumbido de los drones, la presencia de miembros de diferentes cuerpos de seguridad, la marcialidad de los guardias suizos. El mal humor de Roma se sufre en dosis concentradas en el Vaticano. El abrazo se queda para la arquitectura de la plaza de San Pedro.
Es reconfortante que este Papa pida “dosis de buen humor”. El Vaticano es frío, inhóspito e incómodo. Acaso por las noches, como las calles principales de Venecia, se deja acariciar por el paseante. El estado de enfado e irritación es muy habitual en los trabajadores, salvo en los comercios de referencia situados bajo el Brazo de Carlomagno. Detrás de un mostrador conviene sonreír. Y la otra excepción se aprecia si se es de los escogidos para ser saludado por el Papa en una audiencia. Pero la amabilidad dura hasta que se marcha el Santo Padre. Una belleza efímera, como la de la rosa. Para la vigilancia parecen escoger a los más desagradables. Mejor guardar la calma, por supuesto. Dicen que todo cambió cuando el intento de asesinato de Juan Pablo II en 1981. El turismo masivo no debe haber ayudado, aunque no se trata de un fenómeno nuevo para los romanos. No es casualidad que el Papa empiece por pedir buen humor. Ni por recuperar el bono de 500 euros para los trabajadores con motivo del fin del cónclave. Y habrá que subir los sueldos. Estilo Juan XXIII.
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