La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
El Dios que nos creó a su imagen y semejanza no podía privarnos de uno de sus atributos: el de la contradicción. En lo que se refiere al pecado original, estamos muy bien cubiertos teológicamente por San Pablo Apóstol, inventor de la primera red social que se conoce, el ‘Cuerpo Místico de Cristo’, y, según algunos autores, también del propio cristianismo. Para disfrutar de ella, basta con que te encuentres en gracia de Dios y que aceptes bloques de publicidad misionera, parecidos a la comercial de Instagram o de TikTok. Y como miembro, tienes derecho a bonos de salvación y acceso a leyendas prodigiosas y vidas ejemplares, acumuladas a lo largo de milenios, que te ayudarán a pasar los malos tragos de la vida y a adentrarte, sin miedo, en sus misterios. En el Génesis, Dios expulsa del paraíso a Adán y a Eva, por soberbios. San Pablo se inventa que este pecado contamina a toda la especie. Y San Agustín le pone nombre: “peccatum originale”. La contradicción aparece, a mis cortas luces de teólogo sin dioses ni pecaditos que me ladren, cuando en las Sagradas Escrituras también se dice que los hijos no son culpables de los pecados de sus padres y viceversa. Deuteronomio 24:16: “Los padres no serán ejecutados por culpas de los hijos ni los hijos por culpas de los padres; cada uno morirá por su propio pecado”. Qué equivocado estaba Pavese cuando afirmaba que nuestra época no es religiosa, sino irónica y laica. El juez Peinado, en la que se trae con Begoña, y su imputación por varios delitos, al saberse cubierto teológicamente por el Dios de la Biblia, por San Pablo, por San Agustín y por el mismo concilio de Trento, sostiene que la esposa de Sánchez está manchada por algún pecado ancestral por el que debe ser expulsada del paraíso de la Moncloa, ese lugar eminente que el magistrado mancilla siempre que puede, en un impulso freudiano (¿verdad que citar a Freud da caché?), montado en una tarima que le hace parecer más alto, como a Sarkozy, los tacones de sus zapatos. Mi queridísimo hermano Manolo, cuando se enfrentaba a un comportamiento como el de Peinado, que tiene que ver más con el poder, la ambición y la venganza que con la justicia, solía decir: “Seres humanos”. Porque la condición humana, asediada por tres heridas ineludibles –la de la vida, la del amor, la de la muerte– suele perder la razón y el tino.
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