La pocha

Este juego tiene un nombre que sugiere diversión, parece humilde, facilón y al tran-tran, pero no es muy real esa visión

La pocha es una suerte del juego de las cartas poco frecuente. Nada que ver con el, ese sí, muy fácil, de las siete y media. Tampoco con las complejas combinaciones que puedan ofrecerse en el guiri póker. No es, ni de lejos, un juego de engaño, como el mus. Y, aunque quien esté acostumbrado al viejo tute encontrará similitudes, este juego alcanza plena independencia frente a otros. Es menos conocido. Reservado para minorías y con unas reglas relativamente simples que, a pesar de ello, requieren repetición y oficio para dominarlas.

La pocha, antes de todo, se juega con baraja española. Esto ubica. Son las peligrosas espadas, los triunfantes oros, las cómodas copas y los estupendos bastos los que determinan las bazas del juego. Y, luego, es un juego de confianza y suerte. En lo de la suerte es como todos: siempre debe tener sitio la suerte y se entiende bien. Básicamente se trata de que te acompañe o no, porque uno no sabe lo que todos llevan, sino solo lo que lleva uno. La confianza es harina de otro costal: radica en que la pocha exige una apuesta previa. Antes del reparto (como mucho, cuarenta naipes de la baraja a jugar), los jugadores apuestan sin saber qué bazas tendrán, cuál será la combinación más fuerte y, por tanto, ganadora, pero no gana necesariamente quien la sume, sino quien acierte a tenerla según su apuesta inicial, cuando nadie sabe qué va a ocurrir. Es decir, antes de que todo ruede, yo digo "voy a tener esto": si se cumple, gano; si no, me voy al monte. O sea, palmo.

La pocha está pensada para los que creen. Por eso la juegan pocos. Y, por eso, de los pocos que la juegan, menos la dominan. Es muy singular elegir la pocha para divertirse y lograrlo. No es común. Tiene un nombre que no sé por qué lo sugiere. Parece humilde, facilón y al tran-tran, pero no es muy real esa visión. Humilde sí que lo puede ser, porque se juega sin pretensiones de triunfos inmediatos: nadie puede esperar ganar la pocha desplumando al rival en una sola mano (ni es una sola mano la que se juega ni se derrota al rival de plano), se puntúa hasta el final en función del acierto de la apuesta y, mientras eso no llega, hay que saber esperar e insistir. Pero, vaya, facilón y al tran-tran, pues no. Las reglas son las reglas y el oficio es el oficio.

Sin ir más lejos, ayer, unos jugadores casi nuevos en esto la volvieron a liar jugando. Antes de salir a lo suyo, a hacer lo que se ve por todos, le pusieron ganas a la apuesta previa y se marcaron una grande que daba bola porque, total, la pocha es un juego. Mano sobre mano, contra todo pronóstico (que igual vale para otros), la fueron reventando. Voy a ganar con esto, ésta es mi baza, y, aunque no te lo creas, pum, acierto. Ajenos a que pocos sepan qué es la pocha. Dándoles igual. Firmes con su apuesta. Luego jugaron a baloncesto, ese juego humilde, facilón y al tran-tran. Y, claro, ya por suerte, otra vez, ganaron. Los campeones.

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