Las dos orillas
José Joaquín León
Noticia de Extremadura
Desde que Ortega y Gasset elaboró el concepto de ‘creencia’, tuvimos la certeza de que al salir de casa nos íbamos a encontrar las calles puestas. Para el filósofo, las creencias no son las ideas que tenemos, sino el sustrato básico de nuestro existir. En las creencias se está, las ideas se tienen. Las ideas son algo que elaboramos y que podemos discutir y cambiar a lo largo de la vida, en cambio, las creencias son el suelo firme que nos sostiene. Nunca pensamos que alguien o algo retiren ese suelo. Al salir a la calle por las mañanas, sabemos que lo tenemos ahí, que, tras el último escalón, se encuentra solido y seguro. Que no nos vamos a precipitar al vacío. Un programa nocturno de radio –“Poniendo las calles”– juega con la posibilidad de que la noche y el sueño las hayan retirado y de que cada amanecer haya que reponerlas. Me hubiera gustado asistir a una conferencia de Ortega para preguntarle si la innumerable legión de los marginados del mundo no habrá albergado en su interior a lo largo de la historia, al levantarse cada mañana, el temor a que les hubiesen retirado, incluso, los frágiles caminos por los que se les permitía transitar, siempre con miedo a caer al vacío insondable de la miseria, de la discriminación o de la muerte. ¿Qué sentirán ahora al despertar los homosexuales, los transexuales, los emigrantes, los negros, los sin techo, los diferentes, los perseguidos por sus convicciones o por sus creencias? ¿ No estará borrando el avance ciego del fanatismo ultraderechista en EE.UU. y en Europa las anchas avenidas que los derechos humanos habían abierto para todos? El día del apagón, hasta la siete de la tarde, en que encontré una diminuta radio, tuve la sensación de que si me tiraba a la calle quizá no la encontraría puesta. Supe por la radio que no habíamos sufrido un devastador ataque nuclear ni un golpe de estado militar ni el choque de un meteorito contra las Cibeles. Bajé las escaleras y pisé las calles nuevamente. ¡Atentos!, el apagón ha sido un ensayo general. En 20 años, las calles por las que nos movemos ahora pueden haber desaparecido y la clave para adaptarse en las próximas dos décadas a los cambios brutales que se barruntan es olvidar lo que creemos saber, por inservible. Habrá, pues, que diseñar otras calles. Con nuevos materiales, con nuevas herramientas.
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