La princesa está triste

La Princesa descubrió hace ya tiempo que puede llegar a ser carne de tribunales

La Princesa está triste y probablemente no por el suicidio de Jordi R.F. que se tiró por la ventana de su casa hace unos días, en Cornellá ante la evidencia del desahucio inmediato; o por la carestía de los alquileres que hace imposible la emancipación de los jóvenes españoles; o por el inquietante futuro que le espera a los africanos que invaden Europa patera a patera y que nutren, después de los efluvios compasivos y lacrimógenos de los corazones bondadosos, las filas de la prostitución en el caso de las mujeres, y del paro y la desesperación en el de los hombres.

No, a las princesas las minucias de la vida apenas les afectan. Además, ella supo compaginar la maternidad con sus "agotadoras" jornadas laborales en la Caixa. Sin contar con su también "agotadora" labor representativa como dama florero en las cenas oficiales, su entrega a los negocios de la familia, su exacta forma de cumplir en las que ya se podrían calificar como "tradiciones borbónicas de la simpatía y la acumulación".

No, la Princesa no está triste por las vicisitudes que asolan España. Son otros los motivos que la presentan demacrada y ojerosa. Por ejemplo, la Princesa que supo enamorar al chico de película y llevárselo a los jardines del Edén, descubrió hace ya tiempo, seguramente horrorizada, que las princesas y sus príncipes encantados (de conocerlas, claro) pueden llegar a ser carne de tribunales. Y, lo que es peor: carne de condena y vecinos de cárcel de quienes fueron corte/sanos y ahora están sanos, sí, pero enjaulados como lo está su Príncipe. "Pájaros a buen recaudo", se llamaba esta figura. Aunque Urdangarín sea un pájaro relevante, un canario flauta como mínimo. Que cantará, si canta, en la prision de Brieva, en Ávila.

Conserva la Princesa, pese a todo, los rastros de una belleza dorada, de un desparpajo hereditario. Y busca casa, dicen, en Madrid o en Lisboa. Mejor en Lisboa, le aconsejaría yo a la Princesa si me lo preguntase. Porque en Madrid los currantes tienen memoria, y los que sobreviven con pensiones miserables, los timados por los empresarios y los políticos, esos, los miembros de la insigne Cofradía del Desahucio y el Paro no están para bromas. Y se preguntan hasta cuándo tendrán que soportar que la biología y sus anécdotas continúen generando derechos hereditarios entre tanto ladrón de guante blanco.

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