Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Era un Zaidín de sábado noche lleno, pleno, festivo, con ese aire de verbena de barrio que en Granada cuesta disfrutar, con nostalgia y encuentros con aquellos que en tiempos militábamos en la noche y hoy ya nos cuesta el trasnoche aunque los que tocan sobre el escenario sean los mismísimos 091.
El tiempo pasa, lleves camiseta negra con el logotipo de tu amado grupo o vaqueros con zapatillas de las de antes, las de baloncesto a lo indómito y subversivo. Pero ya peinamos canas y nos asoma la barriguilla por sobre el cinturón con una rebelde añoranza que, bueno, al menos te da para saludar a viejos conocidos.
El festival Zaidín Rock, ya en su cuarenta y tres edición, es ese tótem que pasó de ser contestatario a tradición. Progresía popular tan tradicional como ya lo son los Beatles, Mago de Oz o Raphael, estilos en conflicto estético y moral que, pasados de los años, son lo añejo de la música libre que hoy ya ni entendemos.
Paseabas la mirada entre el gentío y no podías más que sentirte entre los de tu quinta, que es lo que ya te sucede en los conciertos de los grandes en los que la entrada pasa de los ciento cincuenta euros.
Descubrí este festival septembrino –recordaba de paseo entre los columpios con destellos cegadores– tirando a tarde, cuando ya todos sabían de grupos que yo desconocía del todo y que, bueno, había que hacer como que te gustaban pero que, quitando a los de Tacho y Lapido, como que no me hacían más gracia que la de atraer aquel gentío a una periferia de la ciudad sin faralaes ni farolillos.
Allí encontré, treinta años hará ya, el disfrute de perderte del grupo para escaparte, si el telonero era un brasas, a tomarte algo en donde los baturros eternos te sirven sus vinillos.
Miradas, saludos, adioses, reencuentros, abrazos y algún flirteo furtivo; todo allí te devolvía a la esencia aquella de la fiesta al aire, expansiva, mestiza y sin distingos que, afortunadamente, sigue siendo la médula misma de un espacio zaidinero donde todos somos bienvenidos, incluida la alcaldesa, obvio, que por allí atisbé de lejos mientras nos acercábamos, ya de vuelta a casa, al gentío para perdernos una noche más, como antes, como ahora si toca Lagartija Nick, con esa resistencia de los que todavía en el pecho nos palpita algo incómodo y subversivo porque aún no se ha dormido del todo.
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