La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Lo que ya sabemos de la 'operación desescalada'

Campanadas en Wuhan para celebrar la libertad tras 11 semanas de confinamiento

Bajar es más duro que subir. Cualquier montañero lo sabe. Psicológica y físicamente cuesta el ascenso, pero donde de verdad está el riesgo, donde acecha la amenaza, es en el descenso. La operación desescalada que está diseñando el Gobierno -seamos optimistas y pensemos que, después de un mes de estado de alarma y confinamiento, el Ejecutivo de Sánchez tiene un plan- nos pondrá a prueba a todos.

Los economistas nos avisan ya de que el golpe de la crisis será del calado del Crack del 29, con prospectiva de empezar a recuperarnos en el primer trimestre del 2021 pero pendientes de si en lugar de una V tenemos que remontar una U. Dibujando en todo caso un escenario de análisis global que todos podemos intuir (y temer) a nivel local: el cierre de fronteras seguirá estrangulando al turismo y a los principales sectores de producción, los ERTE y recortes de salarios nos dejarán con menos capacidad de inversión y compra y el virus del miedo y la prudencia se incrustará en las empresas y en nuestras casas.

Todavía está por ver cuántas regulaciones temporales terminarán directamente en el paro y debemos tener en cuenta, además, que tocará afrontarlo a familias que no servirán de sostén social como ocurrió en 2008 por dos razones correlacionadas: las secuelas de la anterior crisis aún no han cicatrizado y los mayores, los que nos salvaron entonces, son los que ahora piden auxilio.

La recuperación de la normalidad será lenta y dura. El propio presidente del Gobierno ha reconocido esta semana en el Congreso que estamos aprendiendo a diario, conociendo la magnitud de la crisis a contrarreloj y tomando decisiones con idéntica incertidumbre. Es decir, no habrá fechas rotundas como no habrá una salida clara de la crisis. Oficialmente, el estado de alarma ya se ha prorrogado hasta el 26 de abril aunque la fecha que todos tenemos en el calendario sentimental es la del 10 de mayo (Sánchez mismo ha advertido de la posibilidad de una tercera orden de reclusión) y, si aplicamos el ejemplo chino, si nos preguntamos cuándo repicaremos en España las campanas que este miércoles dieron por acabado el encierro en Wuhan, estaremos encerrados hasta el 26 de mayo. Once semanas, casi tres meses, ha sido el suplicio chino y aún no ha acabado. No mientras la desescalada local no se compagine con la desescalada global y permita la movilidad. Para viajar y para recibir, sin riesgo a nuevas oleadas de contagio.

Resulta difícil mirar hacia adelante en un país que despedirá este domingo la primera Semana Santa sin procesiones desde 1933, que empieza a tomar conciencia de que saldremos, pero transformados, sin saber aún cuál será el precio final que pagaremos -¿sólo nos pareceremos más a los japoneses evitando besos y abrazos y agolpándonos menos?- y que, desde una perspectiva histórica, a lo que nuestra generación se enfrenta es a su particular guerra mundial. Hubo quien la vaticinó temiendo por la inmigración (y sobrepoblación) de África, por el agujero de ozono y por la desintegración de los polos. Y no son pocos los que han dejado por escrito con vehemencia que "la guerra del agua" sería el siguiente conflicto planetario.

Pero la historia siempre nos sorprende: ni conocemos todas las cartas ni tenemos la seguridad de que no haya una baraja oculta. Incluso puede que nos cambien las reglas del juego en mitad de la partida, por nuestra acción o por la de otros, y con un resultado siempre igual de líquido y de impredecible.

Dice Pedro Sánchez que en España la desescalada la "decidirán" los científicos. Me hubiera gustado reconocerle el acierto y valorar el inesperado momento de autocrítica cuando lo clamó en el Hemiciclo. Pero -no puedo borrar la imagen- me asaltó la duda de si el presidente estaba pensando en Fernando Simón, grabándose en plan casero con su receta sobre el cómo y el cuándo desde su enclaustramiento, justamente, por coronavirus. Y es que tampoco conocemos el (obligado) comité de expertos con el que el Gobierno debería haber contado para afrontar la vertiente sanitaria de la crisis -ya en mitad de la pandemia se anunció un supuesto "comité de sabios" del que nunca más se supo- y mucho menos los analistas económicos con los que debió preparar el decreto para la suspensión de la actividad laboral que se levantará este lunes. ¿Los ha habido? ¿Los hay?

Desde el inicio de la crisis estamos comparando la gestión española del coronavirus con la de los países de nuestro entorno. Y las conclusiones son muy parecidas: imprudencia inicial, errores graves en la toma de decisiones y mucha rectificación. Todos (casi) por igual y con muy poco margen de maniobra.

Si descendemos un poco más, las reflexiones ya no son tan compartidas: ¿De verdad se puede pactar con estos grupos de la oposición? ¿Y con las autonomías? Porque la mayor singularidad de nuestro país no es otra que tener 17 reinos de taifas queriendo gestionar su particular trozo de crisis. Cabreados por la "recentralización" que está significando el estado de alarma y esperando la operación regreso a la normalidad para tomar las riendas e imprimir su sello.

Crisis sanitaria, crisis institucional, crisis económica… y crisis política. Pareciera que al Covid-19 estamos intentando darle una patada hacia adelante como ya hicimos con la crisis territorial. Con la crisisespañola de verdad. Con la que seguirá emergiendo mientras no asumamos que el Estado de las Autonomías fue un espejismo de normalización y estabilidad política hace cuarenta años que lleva una década haciendo aguas. Como ocurrirá con la pandemia del coronavirus hasta que no contemos con una vacuna (no un anuncio, una real y efectiva).

Mientras tanto, todo lo que sepamos, especulemos, hagamos -mejor o peor- y suframos con la operación desescalada seguirá siendo secundario y, sobre todo, será frágil y provisional.

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