Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox, un estado de ánimo
Anunció a bombo y platillo que rompía su alianza parlamentaria con Pedro Sánchez y los incrédulos se cargaron de razón cuando días más tarde Puigdemont ordenaba a sus huestes madrileñas, siete exactamente, que votaran a favor de una iniciativa parlamentaria del Gobierno. Meses antes ya había dicho que no apoyaría proyectos de ley que fueran importantes para el Gobierno, y en el último minuto los convergentes votaron a favor. Eso explica el escepticismo ante el primer anuncio de ruptura de Puigdemont. Ahora, sin embargo, Sánchez está inquieto con Puigdemont. Por no decir angustiado. En plena crisis Ábalos, Koldo y Cerdán, con los dos primeros conducidos en un furgón a Soto de Real y haciendo declaraciones demoledoras para el sanchismo, el presidente del Gobierno organizó su agenda para emprender una operación de seducción hacia el fugado a Waterloo: convocó a dos medios catalanes para mandar un mensaje muy concreto a Puigdemont. Si le daba nuevamente su apoyo, no solo cumpliría todo lo que prometió y no dio, sino que podía ampliar aún más las concesiones.
Salió entonces Miriam Nogueras, la portavoz parlamentaria que no sonríe así la maten, pero que no es de las que mienten. Aunque alguna vez sí le ha ocurrido que el ex presidente de la Generalitat la ha obligado a desdecirse porque tenía otra operación en mente. Tras la súplica del martes a Puigdemont de un Pedro Sánchez que se veía ya fuera de Moncloa y se humilló poniéndose a los pies del fugado para lo que hiciera falta, Nogueras convocó rueda de prensa ayer miércoles para asegurar que “la relación está rota” y que ni siquiera se plantean negociar con el Gobierno.
Entre pillos anda el juego, Sánchez y Puigdemont son tal para cual. Puigdemont se fugó por segunda vez haciendo mutis por el foro tras pronunciar un mitin en Barcelona que iba a culminar con su entrada triunfal en el Parlament. De eso nada, burló a quienes le tenían bajo vigilancia –alguno de ellos probablemente le ayudó en la fuga– y se largó a un escondite y después a Waterloo, haciendo honor a su fama de escurridizo. Sánchez, por su parte, promete siempre lo que luego no cumple, los dos trampean todo lo que pueden, aunque gana un Puigdemont que pone en ridículo a Sánchez cuando le da la gana.
¿Quién se va a llevar el gato al agua? Cualquiera sabe. Puigdemont tiene mucho tiempo para reflexionar sobre sus próximos pasos; a Sánchez en cambio le falta tiempo para llevar al catalán a su terreno. Necesita un éxito para animar a los suyos, espantados ante el previsible pésimo resultado en Extremadura dentro de nada. A ello se suma la desazón ante las grabaciones de Ábalos y Koldo antes de entrar en la cárcel, y a saber qué más declaraciones ha hecho el hijo de Ábalos. Puigdemont sabe qué terreno pisa; Sánchez en cambio no sabe qué terreno pisa él. En cualquier momento le puede explotar una mina que le mande fuera de La Moncloa.
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