Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

El síndrome Nannerl

Si no hay capacidad real de ejercerlas, la libertad y la igualdad quedan reducidas a declaraciones de intenciones

Tras la resaca del Día de la Mujer con sus enfrentamientos puristas, sus desbarres y sus competiciones sobre quien es más feminista, volvemos a la normalidad -si es que lo estamos alguna vez últimamente- con la sensación de haber asistido a un circo. Resulta ridículo el mundo de terror gótico que glosan las dirigentes del Ministerio de Igualdad, supongo que para justificar su rentable medio de vida. España es uno de los países más avanzados del mundo en este campo y la igualdad se consagró en la Constitución de 1978. Pero no está todo el camino recorrido. Sería mejor dejar de legislar sin ton ni son mediante normas ultraideologizadas que hacen aguas por su pésima redacción -también la ley trans- y centrarnos en detectar qué resistencias culturales o sociales perviven para alcanzar la plena igualdad que apoya la mayoría.

Lo llamo Síndrome Nannerl. María Anna, cariñosamente Nannerl, fue la hermana mayor de Mozart. Y también tenía un talento natural que su padre, Leopold, extraordinario pedagogo, supo canalizar en ambos. Pero llegado un momento, las convenciones sociales que equiparaban moralmente a cualquier mujer artista casi con una prostituta, hizo que se centrara en Wolfgang, cuyo genio, en palabras de Goethe, quedará para siempre como un milagro inexplicable.

De igual modo que Wolfgang hubiera sido un genio perdido sin Leopold, ¿podríamos haber disfrutado de dos genialidades en otras circunstancias? ¿Cuántas capacidades de mujeres como Nannerl habremos desperdiciado a lo largo de los siglos en todos los ámbitos del arte, la ciencia o las letras? Y aquí es donde surge el fondo de la cuestión. ¿Cuántas seguimos perdiendo? Ninguna en razón de las leyes, pero probablemente, aún un buen número si tenemos en cuenta presiones sociales o familiares, concepciones anticuadas sobre el papel reservado a la mujer o vicios adquiridos en las estructuras empresariales y funcionariales. Negar la evidencia sería cinismo. La igualdad legal no se traduce en real y plena. Si no hay capacidad real de ejercerlas, la libertad y la igualdad quedan reducidas a meras declaraciones de intenciones. Mientras quede una sola mujer a la que le pregunten en una entrevista de trabajo si piensa tener hijos o se la postergue ante un ascenso en la creencia de que antepondrá su familia a sus responsabilidades laborales, la igualdad no será plena. Y no parece inteligente desperdiciar el talento de la mitad de la población.

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