
Envío
Rafael Sánchez Saus
Torre Pacheco y otras miserias
Ese niño de rostro desencajado y lágrimas ya secas de tanto llorar me miró desde el televisor sacándome de mi poltrona de analista geopolítico de salón para ya no dejarme vivir las últimas semanas. Me miraba a mí como miraba a millones de europeos que comen sus buenas dietas sin gluten, sin carne y sin corazón alguno ya después de años de arrancarse la compasión por alguien que no sea ese que ven cuando se hacen el selfie con monumento de fondo para envidia de sus seguidores en redes.
Consiguió sacarme de mi cómoda posición equidistante, pero no a todos les provoca lo mismo. Hay quien dice que ese niño destrozado es un meme-propaganda de ‘Sanchinflas’ mientras van a su misa dominical sin rubor alguno y muy de acuerdo con sus afines. Hay odio en sus comentarios, como lo hay en todo.
Es atroz saber que los Estados ‘civilizados’ han tardado meses y muchos miles de civiles exterminados para que sus gobiernos despierten del letargo para centrarse en esas personas en vías de ejecución bajo algún bloque de hormigón bombardeado a pesar de ser población civil inerme.
Muchos cambian de canal ante su mirada infantil acusadora; otros cogen la mochila y adelantan la salida al gimnasio. Es fácil decirse que eso ocurre lejos. Pero es un ‘lejos’ emocional y defensivo, un “ande yo caliente y muérase la gente” sin preguntarse cómo se consiente que un gobierno que firma tratados internacionales ejecute programas de limpieza social impune.
Igual hace solo unos meses el que ahora aparta la mirada viajaba a la zona en viaje con un todo incluido, sin informarse de qué es eso del ‘sionismo’ tan letal como distinto del pueblo judío. Hay protesta interna en Israel pero los medios no la difunden, colaboracionistas medios a pesar de que les matan a sus testigos.
Cuesta dejarse sentir mal y verse comido por los gusanos del más confortable egoísmo. Pero es necesario si aún palpita algo de humano en nuestro interior, si aún nos queda un pizca de espíritu libre y visión clara y distinta a pesar de haber claudicado en casi todo.
Ese niño que nos mira con la cacerola vacía en la mano desde la pantalla no entiende de razones, solo grita porque tiene sencillamente miedo, hambre y mucho desamparo y frío.
También te puede interesar
Envío
Rafael Sánchez Saus
Torre Pacheco y otras miserias
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
PSOE andaluz: un desierto sin final
Crónica personal
Pilar Cernuda
España importa a la UE
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El Gobierno que ríe y el nacionalismo que empuja
Lo último