Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Entre juventud y madurez, –en aquel tiempo éramos más jóvenes y más maduros–, la vida me condujo a la Plaza de la Universidad donde inicié estudios de Derecho. Aquel capítulo se desplegaba como un pergamino en blanco, prometiendo desafíos, madurez y transformaciones. Cada tarde el ritual consistía en atravesar su Jardín Botánico, un oasis de verdor y conocimiento en el corazón bullicioso y desordenado de la ciudad. Allí, más a menudo de lo que ante mis hijos me atreveré a admitir, mi destino no fueron las aulas, sino la cafetería de la facultad.
Bajando empinadas escaleras, Manolo abría un espacio ruidoso, lleno de vida, un espacio donde todos anhelábamos convertirnos en adultos triunfadores. Entre cafés y debates humeantes forjamos ideas sobre la democracia, sobre la justicia, sobre el mundo, sobre mi lugar en él. Donde las ideas chocaban, donde se cuestionaban las verdades establecidas y donde mi voz comenzaba a encontrar su resonancia. Debatía con vehemencia y respeto, escuchaba puntos de vista divergentes y defendía los míos con argumentos. Aquel simple estudiante del montón comenzó a trazar su propio destino, a vislumbrar el camino que quería recorrer.
De aquella época vienen los días que con mi tío Pepe, pasaba en el Sacromonte, un barrio gitano, místico, de cuevas y de flamenco. Mi tío, abad del colegio sacromontano, nos contaba historias, explicaciones sobre las catacumbas, los primeros cristianos, el colegio, la Virgen de las Cuevas. El Sacromonte era un espacio de profunda espiritualidad, un crisol de fe y tradición. Él fue quien me enseñó a mirar más allá de lo visible, a sentir la historia que palpita bajo la tierra, a comprender que Granada es un palimpsesto de culturas, de creencias, de sueños que se han superpuesto a lo largo de los siglos. El Sacromonte, de miradores improvisados y noches de zambra, es la esencia de esa mezcla, una amalgama de lo sagrado y lo profano, entre lo terrenal y lo espiritual.
La Universidad y la Abadía, no significaron sólo lugares de estudio y aprendizaje. Fueron escenarios donde di mis primeros pasos firmes hacia la madurez, aprendiendo a ser un granadino capaz de forjar su camino en mi ciudad. El lugar donde definitivamente la inocencia se despidió y la complejidad del mundo adulto comenzó a desvelarse bajo la mirada del cielo de una Granada que -años 80-, parecía querer salir de su escondite.
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